Crédito fotografía: 
Guillermo Alday
Carlos Gallardo, el propietario del recinto comercial, explica que las nuevas tecnologías y la contingencia social y sanitaria terminaron por sepultar el negocio.

“Titanic”, la película protagonizada por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, en una edición de dos cassettes de VHS, fue uno de los mayores éxitos del videoclub “Betoven”, en el 1998. Hoy, las cintas permanecen sin uso y se llenan de polvo en uno de los escaparates del local que tuvo una vida de casi 30 años y que hoy, producto de las nuevas tecnologías y  en los últimos meses de la contingencia social y sanitaria, luce sus puertas cerradas y a la espera de liquidar su stock.

Ubicado en calle Seminario Nº3001A, el video club fue un emprendimiento de Carlos Gallardo Santander (70), quien a principios de los 90, quiso independizarse y tener un espacio laboral más cerca de su casa. 

“Por esos años, justamente se me presentó la oportunidad de un videoclub, tuve conversaciones con el exdueño y llegué a un acuerdo. Mi idea era transformar el local en un casa de la música, nada relacionado con películas porque de hecho yo nunca he visto muchas: no me gustan”, relata.

Sin embargo, con el transcurso de los meses, no resultó su proyecto original e insistió con el videoclub. “En los primeros años, estaba muy presente el tema de la piratería, pero las autoridades comenzaron a efectuar más fiscalizaciones, lo que ayudó al negocio”, resalta.

Con la colaboración de su familia, esposa e hijos, Carlos Gallardo logró sacar adelante el local que debía permanecer abierto todos los días de la semana, incluso los días feriados, los mejores días para “arrendar”. Con el paso de los años, además, instaló un pequeño bazar y sumó el arriendo de consolas (Atari, Nintendo) y juegos. 

Además, recuerda, que durante el verano, principalmente por la llegada de los turistas argentinos, había una alta demanda de arriendos de películas. La ganancia que se obtenía en dos o tres meses era prácticamente la misma que la del resto del año, asegura.

Acerca de cómo funcionaba el circuito de distribución, cuenta que un cassette original de una película de éxito tenía un costo que fluctuaba entre los 60 y 70 mil pesos y que éstos se vendían junto a un paquete de otros títulos de menor interés entre el público. 

También recuerda que las películas eróticas se convirtieron en un importante soporte porque se compraban a sólo 5 mil pesos y se arrendaban incluso a un valor superior a una “normal”.

En los primeros años, el videoclub se concentró en los VHS, luego en los DVD y en el último período en los Blu-ray. 

Hoy el local tiene miles de títulos en sus estantes y su propietario está en proceso de liquidación. “Hoy tengo cientos y cientos de VHS que fue lo que más se alcanzó a adquirir y que ahora están totalmente desvalorizados: nadie pagara lo que yo pagué en su minuto por ellos. Así, tendremos que hacer algunos paquetes y la mayoría tendrían que ir de regalo”, comenta. 

Asegura que “la tecnología mató el negocio, no solo Blockbuster, sino que los cines que llegaron a La Serena, y después la internet”.

Para convertirse en socio del videoclub, los interesados debían presentar una fotocopia de su carnet de identidad y firmar un pagaré por el valor de una película. Betoven llegó a tener 25 mil socios, en su época de mayor esplendor.

Al principio, toda era manual y ocupaban tarjetas para tener un registro de los clientes y sus arriendos. Luego, compraron un computador para controlar el flujo.

En los últimos años, como ya no había publico que arrendara, el negocio derivó hacia el traslado de cintas VHS a DVD y pendrive, rubro que fue disminuyendo lentamente. 

De esta forma, se acaba una época en cientos de familias, padres e hijos, parejas, pololos, cumplían el ritual de ir el fin de semana a un videoclub y arrendar una VHS o DVD para disfrutar en el hogar. 

El nombre no es un error

Un letrero blanco con letras negras advierte la existencia del videoclub “Betoven”, palabra que la mayoría de las personas piensa que está mal escrito al hacer referencia al músico clásico. Sin embargo, Carlos Gallardo explica que no es así. “Cuando buscábamos un nombre para el local con mi hija, que estudiaba en la Escuela de Música, ella me dijo que utilizáramos el apellido del músico Beethoven, pero yo me acordé que cuando era niño mi mamá cuando me llamaba me decía “Beto, ven” y quise ponerle ese nombre”.

“A los clientes y las personas que pasaban por el local les llamaba la atención el nombre y me lo decían, y yo les tenía que explicar”, afirma. 

 

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