• Gabriela Mistral escribiendo en el jardín de su casa.
Crédito fotografía: 
EducarChile
El próximo siete de abril se cumplen 130 años del nacimiento de Gabriela Mistral quien nace con el nombre civil de Lucila de María el domingo siete de abril de 1889 en Vicuña, luego de ser bautizada regresa con sus padres a La Unión, hoy Pisco Elqui, poco antes de cumplir tres años llega a vivir su infancia en Montegrande.

Por Claudia Reyes García

Montegrande, pequeña aldea precordillerana del Valle del Elqui, en el norte chico chileno, es la patria primera de Gabriela Mistral, la del suelto antojo de su infancia y también la definitiva; allí, -por su voluntad testamentaria-, se encuentra su mausoleo. El pueblo es mítico epicentro en su hecho poético y anclaje de su espiritualidad e  identidad campesina. “La patria es el paisaje de la infancia y quédese lo demás como mitificación política”

Con un puñado de tierra de Montegrande en una cajita celeste, viaja durante toda su errancia y lleva adherida en su voz  “el dejo rural” de  un “canturreo” pedregoso de montañas y fluir de riachuelo. En su verso y en su prosa, la poeta  registra el habla popular que aprende de niña, un español, dice ella, “detenido en el siglo XVI”, andamiaje de neologismos y arcaísmos, en que se alza el sello original de su estilo. 

Los límites y el contenido de su mundo, desde los tres y hasta los once años, son el paisaje en que se enclava Montegrande, una “aldea de treinta casas”.  Un tiempo feliz, en que vive arropada por la ternura de su madre, que la introduce en el lenguaje de los seres de la naturaleza; y las enseñanzas de su hermana, que le enseña las primeras letras.

En su niñez rural de Montegrande, con días que se rigen únicamente por el tránsito del sol “El campo solamente posee la madrugada, y la noche”, Gabriela Mistral intuitivamente agudiza su sensorialidad, sin saber que son los sentidos la base del hecho poético, aprende con “un olfato sacado de esas viñas y esos higuerales” a “distinguir los lugares por los aromas”  y un leve roce táctil le basta para individualizar la textura  “de  las lanas, los espartos, la greda, la piedra porosa, la piedra-piedra, la almendra velluda, la almendra leñosa”

 

Primeros pasos

Aunque la leyenda la perfila como la niña retraída, que habla sola o vive en dialogo delirante con seres inanimados, Gabriela Mistral, es desde pequeña, auténticamente social.  Lo que no es exclusivo del carácter extrovertido, ni se contraviene con ser amiga de los árboles y las luciérnagas, sino que  un imaginario que todo niño, con singularidades propias, debería tener.

En Montegrande la casa de Gabriela Mistral es también su Escuela y su hermana Emelina, maestra rural, quien la instruye: “Me dio (Emelina) enteramente la educación recibida en la infancia que en buenas cuentas es la única que tuve y que me fue transmitida puede decirse, en las rodillas fraternas”  nos dice, además, lo afortunada que fue al tener esa y no otra instrucción: “el mérito de su formación se me ocurre que sea el de no haber deformado nada en mí, como lo hacen las escuelas mientras más modernas, más pedantes que se conocen en nuestro tiempo…”

Una vida en el campo

En los albores del siglo XX, los pocos habitantes de Montegrande conforman un grupo humano cohesionado, en convivencia frecuente de trabajo y festejos. La madre de Gabriela Mistral, que cose y borda, es una  artista del canto,  requerida para alegrar el poco tiempo ocioso que deja el trabajo en la Aldea. La niña va a con ella a todas partes, en Montegrande se celebra todo acontecimiento de la vida y de la muerte.

La vida “de la campesinería” como designa Gabriela Mistral a su gente, es laboriosa y ella como una más del “mujerío” participa en sus afanes: “Antes de los feminismos de Asamblea y de reformas legales (…)He visto de niña regar a las mujeres a la medianoche, en nuestras lunas claras, la viña y el huerto frutal; las he visto hacer totalmente la vendimia; he trabajado con ellas en la llamada "pela del durazno", con anterioridad a la máquina deshuesadora; he hecho sus arropes, sus uvates y sus infinitos dulces”.

 

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