Un  artesano porfiado, corazón de barro, aviva la masa para modelar a mano el utensilio elegante o utilitario en la montaña de greda. Cuando sin poner los pasos lentos ni pasar nada para adentro se puede llegar muy lejos sin olvidar las raíces de la infancia. Donde surge el recreador con aquello que no es bueno que el hombre esté solo. Los mayas del norte chico acumulaban saberes... Reinaldo Arenas (93) nace en Curacavi y vive hasta los nueve años de edad en los alrededores de la Cuesta Barriga. Más tarde, en 1932, trabaja en la agricultura con obligaciones semi-patronales. Es la figura del “casero” típico del campo chileno. Allí, entre idas y venidas conoce y se empareja con la madre de ocho hijos, es su familia fiel que aún lo acompaña. Sin saber nada de alfarería, el padre adoptivo decide partir con el grupo familiar al nombrado pueblo de Pomaire y aprender el oficio. Es 1962 y los cerros de arcilla aguardan. Nadie dice nada si un forastero coge un saco de material para los cacharros, ollas y otras piezas cerámicas tradicionales. Mientras extranjeros y nacionales comparten mesas para los platos típicos, otra parte  de los visitantes ocupa su tiempo libre en comprar cerámicos. Arenas, señala que ahora ya no se trabaja “a puño”. En efecto el oficio ha cambiado con la maquinaria que tritura la greda y tornos que modelan. Además, ya no hay libertad para coger el material. En la narrativa diaguita encontramos: Los mayas del Norte Chico / acumulaban saberes./ Y ocultando sus poderes / lucían templos mentales / y, así, entre sus iguales: / lo inexplicable es lo real / y lo real poco saludable. Pero, habíamos quedado que no es bueno que el hombre esté solo. En siete años más, el alfarero amigo rememora su infancia en la tierra de la chicha baya. Ahora “tiene los pasos lentos” sólo por falta de fuerzas en las piernas. Para ese entonces si no está él estarán sus hijos y obras. ¡Vale!     

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