Sin duda fue una jornada importante.
Madres con desgarradores relatos, jóvenes con capacidades diferentes y autoridades entregando datos preocupantes. En la región existen 80 mil 683 personas, y corresponden al 13,19 por ciento, según el censo del 2004.
Eso y más se observó en el diálogo ciudadano que propuso el Servicio Nacional de la Discapacidad.
No es fácil elegir entre un testimonio u otro.  Las familias han tenido que afrontar la mayoría de  los gastos de las enfermedades y sus terapias. Y por supuesto han quedado empobrecidas.
Testimonio esforzados de lo que logran comunicarse por el lenguaje de señas.
 Y afectuosos  no videntes, con los  que en muchas oportunidades  hemos conversado  en calle Aldunate de Coquimbo, cuando entregan su arte. Músicos talentosos que deberían tener una oportunidad en su vida, para desarrollar su potencialidad.
Conociendo ese universo es cuando nos damos cuenta,  lo poco que hemos avanzado como estado, como país, cómo sociedad, en el  trato con nuestros discapacitados.
Desde aspectos urbanos y arquitectónicos, ¿Cuántas calles de  las ciudades nuestra región tienen bajada para silla de ruedas?.
¿Y cuántos edificios, cuantas escuelas, están condicionados para esos  desplazamientos ?.  Ahí surge un gran signo de interrogación.
Necesitamos un cambio desde la educación, desde el respeto y la inclusión. Desde el hogar. 
Un niño discapacitado, no es un niño diferente, solamente posee capacidades diferentes, ese concepto debe ser enseñado desde los hogares, siguiendo en el colegio  y plasmándose en la sociedad.
Es la forma de impulsar también los otros cambios. Un mejor trato de los servicios médicos.
En el transporte, un conductor del transporte debe detenerse cuando un discapacitado lo necesita.
Y un cambio cultural,  no se puede modificar por decreto, es el esfuerzo que debemos realizar,  por cambiar la mirada con la que vemos la discapacidad.
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