Una aldea serrana, linga y chamal, revitaliza el encanto de las cercas sin cercas para andaduras infinitas en esteros, quebradas y ríos. Cuando la proximidad con otros pueblos, caseríos y majadas hace que el ojo del tata mayor no pierda detalles. Donde se cuenta la aventura cultural de un hijo del pueblo en los años del arte fono mímico de las marionetas y títeres criollos. Cuando se muera mi suegra... 
Chalinga, pueblo ovallino con proximidad a la costa del Pacífico es vecino de otros lugares con encanto natural y arruinados o enriquecidos por el hombre. Tal es el caso del enriquecimiento histórico de Punitaqui con sus molinos al viento para subir las escasas gotas de agua y Pachingo. Así, Chalinga que en mapudungun se dice “pedir permiso” se estira cerro arriba viéndose  revestida -chamal- de las verdes lingas del ayer.
Psss, ahora es “re fácil” ver -sin cercas- los poblados. Internet aporta la ayuda de un Tata mayor. La andadura ya no es para buscar leña, poner trampas, cazar especies en extinción u otras acciones reprobadas por la mayoría ciudadana. Es fàcil jugar con el Zoom y el apoyo de la comunicación. El queso de cabra ya va más allá del Rìo Limarì. 
Pero, habíamos quedado con contar algo. En efecto, se trata de un artista creador que dijo ser de Chalinga. Asì. en la primera quincena de Junio en 1948 bajó del tren elquino en la estación de Diaguitas. No, no venía solo, además de su ayudante venían una serie de amigas y amigos. Todos con risa contagiosa y con ganas de “pedir permiso”. Excepto una colorina. 
Enrique Díaz, buscaba a Millán Rivera, acordeonista, para iniciar su actividad. Alguien recomendó a un niño y éste puso la música a las marionetas y títeres. “Galopa, galopa” para el rodeo fantasioso con “El negrito chimenea” y su prenda a las ancas y el Huaso Valerio mirando de reojo a la colorina. Lejos, un clown se estiraba y encogía cantando a su suegra: “¡Que la entierren boca abajo...!” 
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