Un joven padre viaja junto a su hija de nueve años en un tren de alta velocidad con rumbo a Busan, en Corea. Él es asesor financiero y no tiene ganas ni tiempo para reencontrarse con su exesposa, pero accede al viaje como un regalo de cumpleaños a la pequeña. Sin embargo, en el trayecto se produce el caos.  En la televisión anuncian de manifestaciones en distintos puntos del país y a bordo viaja una pasajera, contagiada con un virus, que muy pronto la convierte en zombie.
Desde ese momento, padre e hija deberán intentar huir, bajándose en distintas estaciones y cambiándose de vagones, para llegar a algún lugar que les permita seguir vivos. Entremedio, se cruzan distintos personajes, una mujer embarazada con su pareja, un equipo de béisbol, dos hermanas ancianas, un vagabundo, un ejecutivo.
Al igual como sucede en la serie The Walking Dead, en “Estación Zombie”, el mayor enemigo no está precisamente en los zombies, sino que en los demás seres humanos, en este caso, los pasajeros del tren, quienes también desean sobrevivir a toda costa, surgiendo el miedo y  el egoismo como los motores de las acciones.
“Estación Zombie” no es una película hollywoodense y por ello, en un mundo dominado por los zombies y el instinto de supervivencia, no hay opción para los finales felices o las victorias. 
Así, aquí predomina la tristeza la perdida de los seres queridos, el dolor de las decisiones de vida o muerte, y actos de barbarie en pos de la propia sobreviviencia.  
La película se convierte, finalmente, en una reflexión de lo más importante que tenemos en nuestras vidas. ¿El trabajo? ¿La familia?.  La respuesta puede resultar obvia cuando te persiguen una manada de zombies, pero no cuando estamos consumidos en el día a día. 
 

 

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