Chile es un país que tiene una cierta “obsesión” constituyente. Después de la Independencia inmediatamente comenzaron los esfuerzos por redactar cartas fundamentales, en el entendido que eran mecanismos adecuados para dividir el poder y proclamar derechos.
Quizás si un extremo de este pensamiento fue el federalista José Miguel Infante, cuando en 1826 señalaba: “Todos los habitantes del Estado claman ¡Constitución! ¡Constitución!”. En la práctica, el proyecto quedó en apenas algunas leyes y no llegó a ser una Constitución como las que hubo en 1818, 1822, 1823 y 1828. Finalmente, la Carta de 1833 fue la que logró una efectiva continuidad, con vigencia hasta 1925, año en que se dictó un nuevo texto que estuvo vigente hasta 1973. 
No siempre han sido factor de unidad, ni mucho menos. La Constitución de 1833 surgió tras una guerra civil, mientras que la de 1925 y 1980 suceden a intervenciones militares. Incluso más: La guerra civil de 1891 tiene su origen, al menos parcialmente, en la discusión constitucional en torno al presidencialismo y al parlamentarismo; mientras la Unidad Popular proponía en su programa de gobierno: “Una nueva Constitución Política institucionalizará la incorporación masiva del pueblo al  poder estatal”, en la ruta que llevaría a Chile al socialismo.
En los últimos años ha resurgido el deseo de cambiar la Constitución vigente, bajo diversos argumentos de forma y fondo. Subyace en esta propuesta la presunción de que un documento nacido de la participación popular -aunque esta sea escasa- y con nuevos principios y artículos, logrará una mayor legitimidad para el texto y un bienestar para la población. En realidad, el proceso debe analizarse más bien en el contexto de la lucha política actual que en una proyección de más largo plazo.
En cualquier caso, sería conveniente unir distintos aspectos que hoy aparecen desconectados: el debate presente con la visión histórica; el proceso formal con la discusión sobre los contenidos; la valoración de los aspectos más positivos de la actual Constitución con aquellos que requieren cambios. Después de todo, la Constitución chilena ha generado múltiples debates y la nueva ha sido objeto de promesas y esperanzas. Ojalá que la “obsesión” constituyente no nuble los problemas y desafíos que Chile tiene en la actualidad y hacia el futuro.
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