La confesión de dos ex conscriptos ha permitido a la justicia dar un nuevo impulso a las investigaciones para resolver los crímenes de Víctor Jara y Rodrigo Rojas Denegri, hecho este último en que también resultó gravemente herida Carmen Gloria Quintana, quienes fueron quemados por una patrulla militar durante una protesta.
Ello repuso en la agenda pública la existencia de un  tema pendiente entre nosotros, los casos de violaciones a los derechos humanos ocurridos en la dictadura y, particularmente, el de tantos hombres y mujeres cuyo paradero aún no se conoce y que constituye una herida abierta para toda la sociedad.
No “pasó la vieja” como dijo groseramente un comentarista televisivo y como afirman muchos que quisieran dar vuelta la hoja, como si se tratara de algo trivial, que puede olvidarse y dejarse en el pasado, sin entender el dolor de las víctimas ni ponerse en el lugar de tantas madres, esposos, hermanos, hijos, nietos y familiares. 
Nunca pasará la vieja para miles de chilenos, como Anita González de Recabarren, que perdió a su marido, dos de sus hijos y a su nuera embarazada y que sigue, a sus 90 años, exigiendo verdad y justicia. Nunca pasará la vieja para un país que vivió con dolor esas situaciones de crueldad infinita y que no quiere volver a vivirlos. 
Por eso, en buena hora que el testimonio tardío, pero no por ello menos valioso, de estos ex conscriptos, haya logrado vencer el pacto de silencio. Ojalá sean muchos más que busquen aliviar su conciencia y aportar antecedentes sobre tantos casos que aún no logran ser aclarados.
También es oportuno que desde la institucionalidad y sobre todo desde los mandos militares se insista en la entrega de información. No es una tozudez o un clamor fuera de contexto. Tampoco es un interés particular de algún grupo. Es una deuda histórica y colectiva. Mucho más que eso, es una exigencia ética, imprescindible para mirar al futuro.
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