Tras varias semanas de expectativas se dio a conocer la encuesta de opinión pública elaborada por el CEP, que ha venido transformándose en un hito obligado del acontecer político.Una primera reflexión tiene que ver con ello. A ratos tendemos a confundir el fin con el medio, el termómetro con la enfermedad, la fotografía con el verano. Este tipo de mediciones son importantes, representan un estado o valoración de la ciudadanía, pero no pueden transformarse en una guía para el actuar político.Si así fuera la política perdería totalmente su esencia. Más que poner en discusión ideas y proyectos de país, habría que dejarse llevar por estos instrumentos y acomodar el discurso según lo que ellas indiquen. Por el contrario, creo que se requieren líderes potentes, capaces de proponer, dialogar y convencer. Respecto de los resultados, en primer término, aparece claro que la elección del 2017 se da en un escenario inédito de falta de interés y descrédito de la política y los políticos.Todas las cifras muestran que incluso quienes lideran las encuestas cuentan con un apoyo reducido. Lo mismo puede verificarse cuando se consulta por la aprobación o rechazo ciudadano a ciertos personajes públicos. Ya no existen los niveles de adhesión de antaño.La segunda conclusión es que la elección presidencial está absolutamente abierta. Los grados de apoyo son aún muy bajos y es muy alta la cantidad de encuestados que no manifiestan preferencia. A ello se agrega la incertidumbre que provoca la abstención, que se ha transformado en un dolor de cabeza tanto para los encuestadores como para el sistema político.Por tanto, hay que ver las encuestas como una medición del momento, pero los principales objetivos, especialmente para la centroizquierda, deben ser, primero, culminar bien la gestión de la Presidenta Bachelet y, segundo, elaborar un programa de Gobierno que permita continuar con las reformas emprendidas. La definición del candidato, es relevante, pero es secundaria a esos objetivos. 

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