Se ha escuchado mucho recientemente -quizás demasiado- hablar de “errores involuntarios” que se han dado en varios órdenes de cosas: en el financiamiento de las campañas políticas, en el sistema de registros de deudas de los retail, en las inscripciones electorales… etc.
Eso no deja de ser extraño, ya que la palabra “error” lleva intrínseca la idea de involuntario, si fuera voluntario no sería error… o tendría otro nombre…
Pareciera que para disculpar un vulgar y folclórico “condoro” no fuera suficiente confesarlo declarándolo un “error” y fuera necesario dejar muy en claro que en él no se actuó con la voluntad; pero aquello es un absurdo lingüístico, una redundancia que raya en la estupidez, es como decir “subir para arriba”, “bajar para abajo”, “entrar para adentro”, o preguntarse de qué color era el caballo blanco de Napoleón…
¿Qué es, realmente, un error…? 
Un error es una idea, opinión o expresión que una persona considera correcta, pero que en realidad es falsa o desacertada, o también es la apreciación equivocada que se tiene de una persona o cosa. Un error es una falla, una equivocación, hacer algo mal, hacer algo diferente a lo que establecen las normas, el error es una incorrección… en fin; puede haber muchos conceptos de error, pero una característica esencial de todos ellos es que son involuntarios.
Entonces, ¿porqué tanta insistencia en la “involuntariedad” de los errores…?  
Pareciera que hay gente que está convencida de aquello que dicen respecto de que los chilenos somos tontos, pero sólo hasta las doce del día y después se nos pasa -y ello no es así-. Lo que realmente ocurre es que no somos tontos, pero no se nos nota, agravado por el hecho de que tenemos una habilidad innata para hacernos los tontos cuando nos conviene…
¿No será que hay un gato voluntariamente encerrado, entre tanto error “involuntario”…?
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