Fui a ver al doctor, me dice un amigo. ¿Cómo te fue?, le pregunto. Mira, no sé. Te confieso que no me dio confianza. ¿Por  qué? Le pregunto. Porque me echó una miradita, me examinó por encima y me pidió varios exámenes. 
Me parece que duda. Ahí está el problema, no te sentiste a gusto. No hubo “química” espontánea. Quizás entraste con una idea preconcebida de que el médico “es malo”. 
Pero ¿por qué calificas al médico si tú no sabes de su labor? Lo olvidé, pero me parece que dijiste…  al doctor como algo general, lejano. No dijiste mi médico. Hay una diferencia muy importante en ir al doctor o ir a ver a mi médico.  Yo voy al médico y luego creo en lo que me dice y a su vez el médico cree en el paciente porque le hace caso. 
Allí entra la confianza que es necesario superar para que la relación sea más grata y desde luego con más posibilidades de mejoría, cualquiera sea la dolencia. Aquí también procede la relación humana. Ambos son humanos, tanto el paciente como el médico. Y créanme que resulta.
Las ganas de sanarse, ya sea de un resfrío o de una enfermedad grave, son muy importantes en el camino de esa sanación. Lo que llamamos la fe. Ponerse entre ceja y ceja que si le hago caso al médico, me voy a sanar. Así de simple. 
¿Que es muy vago, que es discutible, que no es cierto? Si nos ponemos a pensar esto, entonces no hay voluntad. 
Lo que hay es un incierto futuro por esa falta de la voluntad-paciente-médico. Por lo tanto, si usted le cree a su médico y hace caso a pies juntillas a lo que le receta, él también le creerá pues verá  que están juntos  en esta sociedad de sanación. 
El resto se le entrega a Dios, para los creyentes o a algún ser superior. Recuerden que no se va al médico para que él le diga lo que a uno le gustaría o le tinca tener. 
¿Será así cuando actuamos en estas circunstancias?  No les obligo a estar de acuerdo conmigo. Sólo piénselo
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