La aspiración a la paz es el anhelo más antiguo de la Humanidad. Es, hasta hoy, el más difícil de alcanzar.La historia se repite una y otra vez. Hace un siglo las potencias occidentales pensaban que estaban librando “la guerra que pondría fin a todas las guerras”. Ya sabemos que no fue así: apenas dos décadas después de firmada la paz, estalló un nuevo conflicto mundial. Esta vez la consigna era lograr la paz e imponer la democracia en todo el orbe. Su principal herramienta, aparte de las primeras armas de “destrucción masiva”, fue la ONU. Desde su comienzo (1945) se planteó un objetivo categórico: “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”. La semana pasada, al hablar ante la Asamblea General en Nueva York, la Presidenta Michelle Bachelet proyectó esos propósitos a la nueva realidad de nuestro tiempo: “La gente, sus líderes, la sociedad civil y los medios de comunicación esperan de los estados miembros de la organización respuestas cooperativas, creativas y concretas a los problemas del siglo XXI”.Como el octavo secretario general del organismo, el coreano Ban Ki-Moon debe ser reemplazado en enero próximo, la mandataria chilena pidió a su sucesor “un compromiso de él o de ella con los principios, orientados a servir a la gente, que dieron origen a la organización”.No mencionó Michelle Bachelet que el balance de la gestión del secretario saliente es lamentablemente pobre. El semanario The Economist lo describió sin piedad como el más “aburrido y entre los peores” secretarios generales en la ONU.Lo más grave, sin embargo, es no haber podido controlar guerras interminables, en especial el conflicto en Siria. Los muertos, los heridos, las familias y los hogares destruidos en combates a lo largo y ancho del mundo no es lo que se propusieron los fundadores de la ONU. 

Autor

Imagen de Abraham Santibáñez Martínez

Secretario General del Instituto de Chile. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua.Premio Nacional de Periodismo 2015

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