El martes 8 de noviembre en la noche, cuando recién empezaban a conocerse los resultados de la elección presidencial norteamericana, los informes de la TV no eran tranquilizadores. Desde el primer momento, los resultados eran sorprendentemente buenos para Donald Trump.A las 4 de mañana, hora chilena, la elección seguía indecisa. Pero poco después el resultado era evidente. Así lo dio a conocer a esa hora el propio Trump. La suya fue una potente señal de cambio, por lo menos en el lenguaje: “Seré el presidente de todos los (norte)americanos y esto es importante para mí”. Pidió también “ayuda para trabajar por unificar nuestro gran país”.Esta actitud inesperadamente conciliadora no ha resuelto, sin embargo, las muchas dudas planteadas: ¿Por qué pasó lo que pasó? ¿Quiénes son los responsables de los errores de cálculo: los propios candidatos, las encuestas, los políticos, los periodistas?Cada vez se hace evidente que en Estados Unidos, como antes en la votación del Brexit o en el plebiscito colombiano, estamos ante un choque entre quienes miran la política como un ejercicio tradicional, con reglas claras y campañas sin golpes bajos, y los que creen que la política es un inmisericorde combate cuerpo a cuerpo, cuyo modelo informativo son las redes sociales, donde se dice de todo y nadie respeta nada: ni al adversario ni al público.Este estilo lo estrenó en nuestro continente Hugo Chávez, cuando llegó al poder en Venezuela. Hoy resuena, como un eco lejano, en Filipinas, en boca del Presidente Rodrigo Duterte, quien ha derrochado groserías y mano dura contra sus enemigos o quienes él cree que lo son.Duterte acaba de prometer que cambiará su lenguaje porque así se lo advirtió Dios. La pregunta es si Trump, quienquiera que lo inspire, persistirá en hacer lo mismo ahora que ganó. 

Autor

Imagen de Abraham Santibáñez Martínez

Secretario General del Instituto de Chile. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua.Premio Nacional de Periodismo 2015

Otras columnas de este autor

 

 

 

X