Algunas semanas han pasado desde que se dio el campanazo de la “desaparición” de la estatua conocida como Sátiro Flautista, desde la Plaza de Armas de La Serena. En algún momento se habló de “extravío”. Hechas las averiguaciones del caso por parte del municipio local, se mencionó abiertamente como un robo. Y no uno cualquiera. Yo lo llamaría saqueo patrimonial, porque no es un hecho aislado a nivel país. Uno de los casos más curiosos es el que se dio en Yumbel, donde la PDI recuperó una estatua del siglo XVIII “sacada” del Museo Colonial San Francisco de Santiago. La pieza fue encontrada en otro museo, pero de esa ciudad de la Octava Región, justo cuando iba a ser exhibida durante el Día del Patrimonio 2015. La administradora del lugar fue detenida por receptación flagrante y se continuaba investigando si la compra había sido hecha a través de una casa de antigüedades o de un coleccionista. La estatua de los franciscanos estaba avaluada en 55 millones de pesos.
Pero más allá del hecho vergonzoso, que ocurre frente a nuestras narices y que finalmente queda reducido a una anécdota policial, la pregunta que cae de cajón es si esta problemática del saqueo le interesa al serenense. ¿Somos capaces de levantar la voz para reclamar fuerte por un daño que se nos hace a todos y cada uno de los vecinos? ¿O sólo lo consideramos como un tema de la municipalidad? Tal vez la respuesta sea decepcionante. ¿Cuántos serenenses estaban conscientes de la existencia del Sátiro? ¿Conocían su historia o el interesante  papel que jugaba en relación a las otras estatuas de la plaza? Escasa es la información y educación que existe en torno a tesoros patrimoniales tan puntuales, lo que hace difícil un llamado de atención potente y una defensa cerrada e incondicional de la ciudadanía. Así estamos pavimentamos el camino a la impunidad del sinvergüenza. Me atrevo a afirmar que el sentimiento de pérdida es fuerte sólo en un puñado de quijotes. El resto es silencio que fortalece al ladrón.

Otras columnas de este autor

 

 

 

Columnistas

X