Hay distintas formas de actuar en la cosa pública. Una es militar es un partido político. La ventaja de esta vía, propia de un hombre de acción, es que a veces permite alcanzar el poder y desde allí implementar las buenas ideas que uno pretende tener. Una desventaja es que el político está obligado a diluir su pensamiento, adaptarlo al ideario necesariamente reductivo de sus colegas.A diferencia del hombre de acción, el intelectual privilegia las ideas por encima de la militancia. Sabe que su capacidad para enriquecer a la sociedad es reducida si subordina su pensamiento a fines coyunturales. Su misión consiste en una búsqueda que no puede estar determinada a priori. Si no la puede emprender con libertad, el intelectual no hará descubrimientos valiosos; será nada más que el repetitivo apólogo de lo conocido.Cuando un intelectual tiene una idea buena, no le importa necesariamente el color del partido que la adopta. Esta aparente neutralidad es poco entendida en algunos sectores de nuestra sociedad. Hay quienes creen que es una traición darle buenas ideas a un partido o gobierno considerado “adversario”. En cambio, a esa misma gente le parece muy natural que un político “amigo” transe –por qué no decir traicione- una idea para conquistar el poder.Tanto el intelectual independiente como el político militante son necesarios. Si existiera sólo el primero quedaríamos encerrados en una suerte de torre de iluminada inacción. Si existiera sólo el segundo caeríamos en ese mundo irracional de rivalidades tribales ciegas que dan un espectáculo tan triste en países convulsionados, donde las ideas ya no interesan por sí mismas, sino como pretexto para aplastar a alguien.En Chile los intelectuales han tenido influencia en toda su historia republicana. La eficacia de la independencia intelectual y de la sana convergencia que ésta ha provocado han sido la base de la confianza y estabilidad de nuestras instituciones.   

X