Esta semana José Antonio Kast renunció a su partido de dos décadas, la Unión Demócrata Independiente. Algo similar había ocurrido en el Partido Por la Democracia, cuando dejó esa tienda Pepe Auth, y con René Saffirio, quien se desafilió de la democracia cristiana. Y podrían venir otras en diferentes colectividades. ¿Qué está pasando? 
Sin perjuicio de las particularidades, es posible apreciar algunas situaciones que reflejan un problema político de fondo. Una de ellas es el cambio de ciclo político, que ha llevado a dejar en la historia tanto la transición como algunas de sus características: el consenso económico-social o la búsqueda de acuerdos, que fueron propios de la última década del siglo XX y parte de la primera del siglo XXI.
Otro tema interesante se refiere a las críticas realizadas por los recién renunciados contra liderazgos dentro de sus colectividades o el abandono de ciertos principios que serían cruciales en sus partidos. La idea de que existan “socios controladores” de los partidos es una crítica dura, pero ilustra un problema de fondo: la incapacidad en la renovación de los liderazgos. Sin embargo, es necesario constatar que partidos con reiteración de dirigentes, como el Partido Comunista -Gladys Marín y Guillermo Tellier han dirigido al PC durante largo tiempo-, sí han logrado renovar liderazgos, especialmente en las federaciones estudiantiles y ahora en la Cámara de Diputados.
El tema de los principios es complejo. Son un ideal que en la política práctica no suele reflejarse con igual claridad y ocurre en los partidos de las más diferentes orientaciones doctrinarias. Se trata de conjugar, con relativa coherencia, aquello que se declara como ideal con la realidad política y social, que tiene numerosas variantes y que, además, exige asumir posiciones que a veces pugnan con las creencias: las mayorías o minorías, la necesidad de “negociar” ciertas leyes, las contradicciones al interior de las alianzas políticas. Y sobre todo, la lucha por el poder, que va dejando convicciones en el camino, abandona el idealismo de la juventud, convierte la lucha por el poder en un objetivo y no el medio más adecuado para servir a la sociedad.
Seguirán habiendo defecciones políticas, y hay que estar atentos para que todo ello redunde en una recuperación efectiva del prestigio que requiere la actividad.
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