Participé en Santiago en un encuentro empresarial, merced a una gentil invitación de uno de mis clientes. En el evento, un psicólogo nos dio un taller muy especial. Papel y lápiz en mano  pusimos todos nuestros sentidos en su exposición para realizar la mejor reflexión personal. La breve exposición decía lo siguiente: Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la vid y la vid se moría porque no podía ser como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser fuerte y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, un clavel floreciendo y más fresco que nunca. El Rey le preguntó ¿Cómo es que luces tan saludable en medio de este jardín  mustio y sombrío? La flor contestó: Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste querías claveles. Si hubiera querido ser un Roble, lo habrías plantado. En aquel momento me dije. Intentaré ser clavel de la mejor manera que pueda y heme aquí el más hermoso y bello clavel de tu jardín. Así a veces nos pasa a nosotros. Vivimos mortificándonos en nuestras propias insatisfacciones, en nuestras absurdas comparaciones con los demás. Si yo fuera, si yo tuviera. Si mi vida fuera. Siempre conjugando un futuro incierto, en vez del presente concreto, empecinados en no querer ver que la felicidad es un estado subjetivo y voluntario. Podemos estar felices con lo que somos con lo que tenemos o vivir amargados por lo que no tenemos o no podemos ser. Solo podremos florecer el día que aceptemos que somos lo que somos, que Dios nos hizo únicos e irrepetibles y que nadie puede hacer lo que nosotros vinimos a hacer. “Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y de repente estarás haciendo lo imposible” San Francisco de Asís.  ¿Cómo andamos por casa mis leales lectores? 

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