Venezuela en los años 1970 y 1980 fue respetado y hasta envidiado, pero en la actualidad se está  autodestruyendo. No es que de puro loco quiera suicidarse.Simplemente cayó en las redes del marxismo y se ilusionó con una “revolución socialista bolivariana”. En lugar de paraíso terrenal, los venezolanos tienen desabastecimiento de los bienes más elementales, colas para comprar cualquier cosa, inflación desenfrenada, violencia en las calles y miles de ciudadanos que quieren escapar del país. La rebelión del capitán Caguaripano encendió una pequeña luz de esperanza, pero luego fue aplastada a sangre y fuego. Son situaciones dramáticas que conocimos de cerca en tiempos de la Unidad Popular. Hugo Chávez fue un líder carismático que entusiasmó a las masas, pero su  sucesor, Nocolás Maduro, es un incompetente que sólo se mantiene gracias a los militares, a cuyos altos mandos ha convertido en millonarios. No le interesa la suerte del “pueblo”, sino aferrarse a un poder que le ha producido pingües ganancias a su familia y a sus seguidores políticos más cercanos. Su gran miedo es tener que comparecer ante la justicia para responder por sus crímenes. Parece mentira, pero lo cierto es que el señor Maduro tiene seguidores en Chile. El Partido Comunista criollo y varios grupos del Frente Amplio, grandes defensores de los derechos humanos de la boca para afuera, miran para otro lado cuando los violadores son de la izquierda y reclaman contra la “injerencia” que cometen  las autoridades chilenas al condenar los atropellos de Maduro y defender a los pobres venezolanos. El señor Guillier, arrastrando los pies, admitió que en ese país ya no hay democracia. No pudo pronunciar la palabra “dictadura”. Un pensador escribió la siguiente ironía: “Si vas a conquistar a un país, destruye la dignidad del ser humano y acaba con la economía del país; al pueblo mantenlo pobre, ignorante, engañado, dependiente y ocupado buscando qué comer”. Si no abrimos los ojos y hablamos, podríamos convertirnos en cómplices.

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