Esta semana la Presidenta Michelle Bachelet rindió su última cuenta ante el Congreso Pleno, en un contexto marcado por las elecciones presidenciales de noviembre próximo. Previamente, Chile tendrá las elecciones primarias el próximo 2 de julio  -en Chile Vamos y en el Frente Amplio- y se repetirán las encuestas que ponen nerviosos o esperanzados a los distintos candidatos y partidos.El largo mensaje presidencial provocó las reacciones esperadas: felicitaciones y autocomplacencia por parte de la Nueva Mayoría, críticas desde las distintas vertientes de la oposición. Aplausos para los logros y orientación tomada en estos años, lamentos por el ritmo de la economía y por el camino de las reformas estructurales. Quizá el problema radica en que se espera de la cuenta anual más de lo que ella puede dar. Técnicamente es un discurso para referirse a la situación del país en los últimos 365 días, pero en la práctica se ha convertido -desde hace muchas décadas- en una gran jornada de propaganda de los respectivos gobiernos, que disponen de recursos y cadena nacional para presentar sus logros, explicar u omitir sus fracasos y fijar la agenda pública.Se debe considerar que en casos como este ambos sectores políticos pueden tener razón para sus comentarios. La Presidenta tiene el derecho a estar feliz por haber dado el mayor giro de las últimas tres décadas, liderando el gobierno más transformador desde el regreso a la democracia, que ha provocado cambios de paradigmas en áreas sensibles como la educación y la economía, en una fórmula que deja atrás los años de la Concertación para abrirse a la formación de una izquierda diferente. Por otra parte, la oposición tiene el derecho a reclamar por la pérdida de liderazgo en el desarrollo económico de Chile, así como en la falta de vitalidad del emprendimiento y la creación de empleos. Son perspectivas distintas para el mismo problema.Como suele ocurrir en democracia, en noviembre habrá una evaluación de lo que se ha hecho, y la población podrá decidir si quiere profundizar las reformas de la actual administración o prefiere una alternativa como la que plantea el expresidente Sebastián Piñera. Ahí se acabarán los discursos y las campañas, y decidirá el voto de los ciudadanos. 

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