Como lo veníamos diciendo de la columna anterior, el Nefasto (a) sufre de un narcisismo laboral que también lo orienta naturalmente a   liderar, a dirigir, a  enjuiciar  a poner su atención, la mayor parte del tiempo, en la conducta y en las  actitudes de los demás, porque la ceguera sobre sí mismo es evidente. Así lo escuchamos permanentemente comentar “supiste lo de…?, con juicio moral posterior en donde él (o ella) no habrían sido parte o “escuché que estás entre los que despiden a fin de año”, frases poco alentadoras, que suelen ser parte del acotado repertorio lingüístico que utilizan para interactuar con alguno de sus compañeros , por cierto.  Siempre son cercanos a la jefatura, o a las altas cúpulas jerárquicas del poder de turno, a las que acuden cada vez que se sienten amenazados, porque no asumen que la mayor amenaza para ellos… son ellos.En espacios más distendidos, al nefasto (a) le gusta hablar de su pasado glorioso, de cómo, por sus ideales, dejó pasar grandes oportunidades, ya que este “che Guevara” sin moto visualizaba un destino que iba más allá de la acumulación de riquezas, títulos universitarios o grados en la carrera funcionaria. El nefasto está tan sumergido en sí mismo, que no le queda ni espacio ni tiempo para trabajar. O simplemente, no le gusta trabajar. Logra, como buen ilusionista, hacer como si lo hiciera, y si es descubierto, tiene grandes motivos para no haber hecho lo que le correspondía. Profundamente autocomplacientes, sin sentido colaborativo, expertos en la elaboración de  elocuentes  discursos y en buscar el punto débil ajeno,  el Nefasto(a) llegó al parecer para quedarse y cada uno de nosotros debe hacer lo posible para que esto no suceda. 

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