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Referencial / El Día
Aunque extrañan la libertad de la vía pública, quienes se protegen de la pandemia en el recinto especialmente habilitado en el Liceo Gabriela Mistral de La Serena, señalan sentirse cómodos y sienten que han vuelto a vivir en familia.

Se trata de 20 personas, entre ellas dos mujeres, que aceptaron pasar la pandemia en el albergue habilitado en el Liceo Gabriela Mistral de La Serena, quienes la principal sensación que destacan es que sienten que han vuelto a vivir en familia.

Esto, porque realizan acciones en conjunto, tienen obligaciones diarias, donde además de una serie de talleres en los que participan, comen en una misma mesa.

Y aunque reconocen que de repente extrañan la libertad de la calle, se sienten cómodos y acogidos en donde están.

Son historias de vida distintas, pero con un denominador común, terminaron viviendo en la calle.

Alexis Manríquez, es oriundo de Valparaíso, pero llegó a la zona a trabajar a la Minera El Indio en la década del 80 y por circunstancias del destino terminó cesante, deprimido, con adicciones y en la calle, aunque asegura lleva cinco años sin consumo.

Menciona que el confinamiento al principio fue difícil, aunque “estoy aquí voluntariamente y es normal que den ganas de salir a la calle, pero la estadía ha sido buena, sin problemas, muy enriquecedora”.

“Estoy aquí voluntariamente y es normal que den ganas de salir a la calle, pero la estadía ha sido buena, sin problemas, muy enriquecedora”. Alexis Manríquez, persona albergada.

Pamela Carrasco tiene siete meses de embarazo y 31 años de edad, de los cuales 10 los ha pasado en la calle. Indica que “estoy muy bien acá. Me iba a ir con mi mochila caminando a Coquimbo, porque ahí tengo el consultorio. Como estaba viviendo por allá por El Faro, con unas personas que conocí, me dijeron que esperara a que pasaran los Carabineros repartiendo colaciones y ellos me dijeron si quería irme a un albergue. Les dije que no me gusta estar encerrados, pero mencionaron que había patio  y ellos me trajeron hace dos meses y medio”.

Haciendo artesanía

David Rodríguez tomó la decisión de pedir ayuda al gobierno y así llegó al albergue, donde junto a otro albergado hacen artesanía en madera. “Ha sido buena la experiencia, enriquecedora, porque hemos compartido diferentes cosas, hemos aprendido también a hacer hartas actividades. Desde hace años que sé hacer artesanía y acá se dieron las oportunidades”.

Reconoce que le dan ganas de caminar libre en la calle, pero  indica que está bien y que tenía miedo contagiarse “y esta cuestión es mortal”.

Terminó en la calle por diversos motivos personales, porque se dejó estar también y por la bebida, lo que no pueden hacer en el recinto, beber.

“Ha sido buena la experiencia, enriquecedora, porque hemos compartido diferentes cosas, hemos aprendido también a hacer hartas actividades”. David Rodríguez, albergado.

Lo acompaña en la artesanía, Joel Navarrete, quien plantea que “ha sido una linda experiencia y ha sido como volver a vivir en familia después de 20 años viviendo en la calle”. Nació en Mulchén, pero se crió en Santiago y por temas de droga y delincuencia terminó en la cárcel de Ovalle, desde donde salió en libertad y se quedó en la zona.

La directora del albergue, Arantxa Ramírez, explica que los albergados cumplen una serie de obligaciones desde que se levantan y por el programa no pueden salir de allí por 90 días, por lo que se generan instancias de colaboración comunitaria, como una serie de tareas que se reparten. “Se hacen talleres diarios como trabajo en equipo, control de emociones y posterior a eso se dedican a sus labores de oficios que tiene cada uno carpintería, tejer en telares, pintura, tallados”, entre  otros.

 

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