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El cerebro humano está programado para la vida en sociedad y se enferma cuando vive de manera individualista. La pandemia agudizó la soledad e impuso restricciones y distanciamientos que han afectado la salud mental de la población —a nivel mundial— aumentando la prevalencia en enfermedades mentales como la depresión y los trastornos de ansiedad.

Por: Marianela González, Ciencia en Chile

Contrario a toda lógica, durante los últimos tres años, el gobierno ha disminuido significativamente los fondos para estudiar estos graves problemas de salud pública. Son las universidades estatales las que han hecho frente invirtiendo en fondos para impulsar la investigación, como la del doctor en ciencias biomédicas Alexies Dagnino Subiabre, quien junto a otros investigadores descubrieron que el cerebro tiene una herramienta para defenderse del estrés y que la estimulación en la piel en forma de caricias podría  ayudar a evitar enfermedades mentales. 

Alexies es investigador asociado en el Centro de Neurobiología y Fisiopatología Integrativa —CENFI— de la Universidad de Valparaíso y lidera el laboratorio de Neurología del Estrés, que investiga las bases neurobiológicas de la resiliencia al estrés y su relación con el origen de enfermedades mentales. En la siguiente entrevista, el también académico, comparte sus principales descubrimientos… que nos llegan como salvavidas para estos tiempos de crisis mental producto de la pandemia.

AUTODEFENSA DEL CEREBRO FRENTE AL ESTRÉS.

Nuestro estudio tiene por objetivo  aproximarnos a conocer el origen de las enfermedades mentales a través de la resiliencia al estrés. En ese sentido, hemos publicado dos cosas importantes basándonos en modelos animales: en ratas, específicamente.

Trabajamos con un modelo llamado estrés por derrota social donde simulamos una situación de subordinación social forzada como la que sufren los niños en los colegios o los adultos en el trabajo. Eso se llama bullying —la subordinación forzada— y es el principal estresor social, es decir, algo que nos causa estrés en nuestro comportamiento social. Descubrimos que algunos roedores eran resilientes a este tipo de estrés y que otros eran muy vulnerables y terminaban desarrollando comportamientos similares a la depresión.

Partimos haciéndonos varias preguntas como ¿Cuánto dura la resiliencia al estrés? ¿Los humanos nacemos resilientes? ¿Esa resiliencia es para toda la vida o solo dura un tiempo? Descubrimos que en las ratas la resiliencia al estrés dura dos semanas y que si no encontramos métodos para estimularla se pierde por completo y el cerebro se vuelve vulnerable a los efectos de ese estrés. 

Al igual que los humanos, las ratas resilientes al estrés son muy sociables. Esa capacidad de comportamiento social disminuye dos semanas después del estrés, tiempo en que comienza a desarrollarse en el cerebro un fenómeno celular llamado neuroinflamación. Este fenómeno, que no podemos estudiarlo en el cerebro humano, se estudia en animales resilientes.

Descubrimos también que esa neuroinflamación que ocurre en áreas específicas del cerebro —donde se regulan las emociones, el aprendizaje, la memoria y la cognición— es el primer fenómeno biológico que antecede a las enfermedades mentales como la depresión y neurodegenerativas como la demencia y el alzheimer. Este descubrimiento lo publicamos en una revista de ciencias en Estados Unidos llamada Journal of Neuroscience Research. 

El segundo artículo, que publicamos el año pasado en una revista europea de neurociencias, tiene relación con la búsqueda de métodos que puedan estimular la resiliencia al estrés. Previamente unos investigadores de la Universidad de Liverpool habían descubierto que la estimulación en la piel, como el cariño, hace que el cerebro sea más sociable. De ahí nació la idea de que es posible modular la resiliencia al estrés usando un método no invasivo  —sin drogas, sin fármacos— solamente a través del sistema táctil. 

Junto al mismo grupo británico de investigadores, pero en nuestro laboratorio, descubrimos que en la piel existen unos receptores o fibras nerviosas que se estimulan cuando la piel es acariciada a cinco centímetros por segundo. Esa estimulación activa un circuito neuronal que envía información al centro del cerebro, a un área que se llama ínsula y que está relacionada con la liberación de una hormona llamada oxitocina. Cuando esta hormona se libera, hace que aumente el comportamiento social y ese aumento atenúa los efectos del estrés. Este fenómeno se conoce como social buffer o atenuador social y en palabras simples dice que si una persona se expone sola al estrés los efectos en su cerebro van a ser mayores que si lo hace junto a otras personas. Esta idea la profundizamos en un artículo científico recientemente publicado en la revista Current Opinion in Behavioral Sciences.

ESTRÉS Y RESILIENCIA EN TIEMPOS DE PANDEMIA 

En la evolución del cerebro humano, el comportamiento social se convirtió en un reforzante natural tan importante como alimentarse o reproducirse. En general, los mamíferos que tienen un comportamiento social desarrollado son los que aseguran su sobrevivencia durante la evolución. Cuando el cerebro humano —programado para vivir en sociedad— disminuye su comportamiento social y vive de forma individualista, se estresa, pierde la resiliencia y termina por enfermar.

La pandemia Covid nos impuso restricciones que disminuyeron nuestro comportamiento social generando estrés. Cuando se quitaron esas restricciones —cuarentenas o fases— y volvimos a tener un comportamiento normal, otra vez nos estresamos porque nos enfrentamos a una nueva situación,  lo que se conoce como neofobia. Exponerse a lo nuevo siempre genera estrés, después uno se va adaptando.



La pandemia Covid produjo un cambio muy brutal en nuestro estilo de vida. Nuestro comportamiento social también cambió. El uso de mascarillas no nos deja ver el rostro de otras personas afectando la percepción de las  emociones, lo mismo pasa con el tacto. Las culturas latinas se basan en el comportamiento que incluyen el tacto social, como los abrazos y eso inevitablemente lo perdimos. Entonces, el mundo que teníamos antes, que era un mundo muy sociable, desapareció con la pandemia y no sabemos si volverá. 

Perder esta capacidad social es algo que estresa mucho al ser humano y eso disminuye nuestra resiliencia al estrés. Entonces para adaptarnos a este nuevo mundo debemos buscar métodos que estimulen esa resiliencia y en eso estamos trabajando. Uno de esos  métodos es la estimulación sensorial pero también podrían ser la visión o la audición. Es una línea de investigación que desarrollamos con otros colegas. También estamos investigando los mecanismos por los cuales se pierde o estimula la resiliencia, financiados por la Universidad de Valparaíso, a través del programa PUENTE. 

El cerebro posee circuitos neuronales que controlan la respuesta al estrés. Igual como los deportistas entrenan sus músculos, si una persona entrena sus circuitos neuronales su respuesta al estrés irá mejorando y se volverá más resiliente porque percibirá el estrés, lo sentirá fisiológicamente pero se adaptará más rápido que otros cerebros. Lo normal del cerebro humano es ser resiliente al estrés, lo anormal es perder esa capacidad de resiliencia. 

CRISIS DE SALUD PÚBLICA Y DE FINANCIAMIENTO PARA INVESTIGAR.

Cuando perdemos la capacidad de resiliencia al estrés el cerebro se enferma de patologías mentales con gran impacto social y económico. Antes de la pandemia, según la OMS, en el mundo había 360 millones de pacientes diagnosticados con depresión y de ellos solo un 30% o 50% respondía a la psicoterapia y al tratamiento antidepresivo. Chile era uno de los países que lideraba las cifras, debido básicamente a la mala calidad de vida. La llegada de la pandemia agudizó el problema y se transformó en una cuestión de salud pública extremadamente relevante y que necesita contar con científicos dedicados 100% a su estudio. 

El estrés en sí no es una enfermedad; es un factor de riesgo que origina enfermedades mentales y otras patologías crónicas. Es el principal factor de riesgo ambiental que origina estas enfermedades y en Estados Unidos, y la comunidad europea, se ha vuelto un tema prioritario por el costo económico que significa su tratamiento y días no trabajados. Ellos han dispuesto de fondos de investigación muy altos, para entender y comprender las bases neurológicas del estrés, la resiliencia y las enfermedades mentales. 

En Chile ocurre lo opuesto. Los fondos estatales para la investigación han disminuido significativamente durante estos últimos años y aquello se ha transformado en un problema gravísimo porque se invierte muy poco dinero en ciencias, tecnologías y en temas de salud pública y mental, como los tratados en esta entrevista. 

Son las universidades estatales las que invierten en fondos de investigación, restando de otros asuntos que deben cubrir. Científicos como yo, además, buscamos financiamiento fuera del país. Actualmente hay una empresa farmaceútica en Estados Unidos que, a través de una colaboración científica con nuestro grupo de investigación, nos entregará los fármacos necesarios para regular el receptor  de glucocorticoide en el cerebro; esto nos permitirá estudiar y poder modular —o entender— el mecanismo de la resiliencia al estrés. 

Por otro lado, el Consorcio de Universidades Estatales —CUECH— se ganó  un fondo de investigación del Banco Mundial y gracias a eso se creó el centro de estudios interuniversitarios del envejecimiento —CIES— en donde podremos estudiar el efecto del estrés inducido por la aislación social, que es el principal estresor que han estado sintiendo las personas mayores durante la pandemia. 

En tiempos tan difíciles como el que estamos viviendo con la pandemia, cuando la investigación científica ha demostrado ser muy necesaria, imagínense lo qué sería de nuestras vidas sin las vacunas para el COVID-19. Esto demostró que es en ciencias y tecnología donde se necesita más inversión, pero aún así la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo de Chile —ANID—, que es la encargada de impulsar el desarrollo de la ciencia en el país, ha disminuido la inversión respecto de años anteriores. Entonces, lo que veo es que gracias al financiamiento de las universidades estatales, el sector privado y los fondos extranjeros es que se ha logrado mantener la investigación científica en Chile. 

 

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