• Fotos: Andrea Cantillanes
Humorista, que se lució en el Festival de Viña del Mar en 2015, estuvo en La Serena, en la iglesia Santa Inés, donde ofreció una charla motivacional para gente en situación de calle, misma realidad que vivió hace unos años. "Si alguien se estimula y puede tomar el dominio de sus propios fantasmas, extraordinario. Me sentiría ganador con esta visita”, dice

Pocos saben que detrás de la gracia, el humor y la frescura de sus escritos, León Murillo es un hombre que tuvo que pasar por muchas cosas en el transcurso de su vida. De dormir en la calle por más de un año, allá en la Posta Central, en Santiago, a ser aplaudido y premiado con Gaviota en el Festival de Viña del Mar el año 2015.

Es que su historia, la que no todos conocen, conmueve. Hoy recorre Chile haciendo eventos de stand up comedy, pero también da charlas motivacionales, de vida, como la que regaló este miércoles en la iglesia Santa Inés de La Serena para gente en situación de calle. Ahí, a los asistentes les entregó un cachetazo de realidad, de solidaridad, de tenacidad y obsequió un nuevo significado a eso del “sí se puede”.

Y mientras él contaba que vivió en la calle, en una plaza; que tenía que bañarse en cualquier parte y luego hacer el dinero –casi 1.200 pesos- para pagar una pieza, la que compartía con más de veinte personas y así poder capear el frío y la lluvia del invierno, muchos de los presentes pensaban, seguramente, que esa charla valía mucho más que una sesión con el psicólogo.

La verdad es que cuesta creer que alguien que haya triunfado en Viña y que hoy recorrde el país mostrando su arte, haya tenido una vida compleja. Pero Murillo la tuvo. Y lo explica.

“Esto de la charla parte por una invitación que me hace el municipio y el departamento de Desarrollo Social, donde me plantean la posibilidad de venir a La Serena y compartir mi experiencia súper humilde desde mi perspectiva, ya que situaciones como estas necesitan de mucho apoyo. Así que si en algo mínimamente puede servir mi pequeña experiencia, que sirva. Estar acá es un acto poético, pues hubo lágrimas y nos tocamos emotivamente. Y eso es tremendo, es valioso, es único. Así que si alguien se estimula y puede tomar el dominio de sus propios fantasmas, extraordinario. Me sentiría ganador con esta visita”, señala sentado en una de las bancas de la iglesia, mientras despide a cada uno de quienes lo escucharon con “silencio y mucho respeto”, advierte.

Y tras una bocanada de aire fresco, que ingresa por una de las puertas, continúa. 

“Pasé un periodo largo de mi vida viviendo en la calle, donde me cobijaba en la Posta Central en Santiago y también deambulando en otros hogares, en casa de amigos. La verdad es que donde pudiera, mientras me iba inventando la vida a diario. Siempre con resiliencia. Era busquilla. ¿Sabes? No me pasó nada más distinto de lo que le puede pasar a cualquier chileno, de cualquier condición. Estando en la calla conocí de todo. Es que si la vida te pilla mal parado y te pone una patada bien puesta, ahí quedaste. Y si tus redes de apoyo son distantes, te vas a la mierda. La situación de calle no es una condición socioeconómica, sino que un estado psicológico donde profesionales están en la calle. Gente que habla dos y tres idiomas está en la calle. Gente que tiene familia con mucho dinero está en la calle…”.

¿Y cómo partió todo, amigo mío?

“Llegó un momento en que mi amor propio y mi dignidad me impidieron seguir pegando en la pera a mis amigos que siempre me ayudaban. No podía más. Ya había abusado lo suficiente…Y todo partió cuando estaba a la espera de que un amigo llegara a su departamento, que queda a un costado de la Posta Central. Era invierno y estaba lloviendo. Y no llegó poh. Tampoco le dije que iría a su casa, así que caché que la Posta estaba abierta y me quedé esa noche. Y volví a la noche siguiente, y al día siguiente. No me di cuenta y pasó el invierno. Luego en otros lugares para salvar el día. Finalmente te la ingenias para pasar el frío y el día en general. Te duchas en un lado, te afeitas en otro. Después hasta sabes donde nadie te molesta y te quedas a dormir en ese lugar. Vas generando tus propias herramientas. En esos años era un estudiante de teatro y había dejado la carrera porque me había defraudado. Me compré la idea de que el teatro era de verdad y en mi proceso de aprendizaje me fui alejando, me desilusioné. Y en la búsqueda de la verdad, me fui a la vida. A tratar de suplir toda mi falencia intelectual agarrando libros, escuchando hablar de Stanislavski. Iba a la biblioteca y leía y así me fui cultivando. Así estuve un año y quizás más”.

Me contaron por ahí que aprovechaba su tiempo en escribir poesía, ¿verdad?

“Cuando estaba en las calles hacía poesía, escribía. También leía. En la Biblioteca Nacional tenía mi asiento donde muchas veces pedía un libro y no lo leía, sino que me queda dormido, era mi espacio. Pero otras veces pedía otro libro y si me cautivaba, lo leía y me pasaba todo el día en eso. O muchas veces escribía. La poesía pasa el hambre”.

¿Cuesta salir del fondo?

“Nada es fácil. Y todo se dio gracias a un llamado para un casting en un programa de Mega, un nuevo canal por esos años, y era para un programa infantil donde se necesitaban voces. El programa duró cinco años y en aquel tiempo vendía lo mismo que en La Vega, donde trabajaba: perfumes, chicherías a la gente del canal hasta que logré consolidarme un poquito más. Recuerdo que desarrollaba otras habilidades como la poesía, porque siempre he tenido eso de escribir. Creo que he sido un enamorado de la poesía, de la escritura. Tuve esa pequeña herramienta y se me dio la posibilidad de ser el asistente del guionista del programa, así que vi esa puerta y me fui, nomás...”.

¿Qué le diría a esa gente que le dice triunfador?

“No me siento arriba. Me da vergüenza cuando me señalan como el triunfador de Viña. ¿Qué es eso? Yo lo que hice fue contar un par de chistes donde la gente se río, me aplaudió y me entregó unos premios. Eso fue lo que hice. No rescaté a nadie de las llamas, no hice ningún gran aporte”.

 

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