• Una multitud esperó, con pétalos de flores por doquier, a “Manolito”, un amigo de todos en La Recova y que se destacó por su simpatía y espíritu de trabajo, además de un talento innato en la totora.
  • Hasta sus últimos días, Manuel se dedicó a lo que amaba
Crédito fotografía: 
Rodrigo Solís
En medio del cariño de sus amigos y otros artistas, dijo adiós un hombre que quedó en la memoria colectiva como una persona de amplia calidad humana.

Los amigos de Manuel Díaz Araya, reconocido artesano del sector de La Recova, no dejaron de tener palabras gratas para él en su último adiós. Es que quien por más de 50 años se dedicó a trabajar en la totora, que vivió gran parte de su vida en calle Almagro y que además por largo tiempo trabajó en su tradicional puesto en La Recova dejó una huella entre quienes lo conocieron. El cáncer de páncreas que lo aquejó en sus últimos tiempos no fue impedimento para dejar un recuerdo indeleble.

Minutos antes de la misa por el eterno descanso de su alma,  que tuvo lugar en la iglesia La Merced de La Serena, El Día pudo conversar con muchos de sus allegados, que si bien hablaron de Manuel  como un hombre solitario, reconocieron no sólo a un grande en lo que sabía hacer, que era la totora y también admitieron en él sus cualidades más profundas.

Felipe Lecaros, artesano en cuero y que lo conoció por largos años, recordó que a él “le gustaba caminar en la noche. Era una persona que si bien era bastante solitario, cuando entablaba una conversación con alguien, siempre entregaba un mensaje muy sabio. Era Manolito. Su trabajo era maravilloso  y otra colega, que es orfebre, logró aprender a trabajar en totora, lo que por supuesto facilitará que este legado no se muera”, recalcó.

Berta fue vecina de Manuel por muchas décadas y lo conoce desde hace largo tiempo. “Lo conozco desde 1974. Se trata de una persona muy sacrificada, buena, un artesano con una calidad innata. Era muy amigo de las personas, respetuoso, aunque un poco arisco. Sacaba la totora y la convertía en algo muy especial. Nadie olvidaba en Navidad los pesebres que hacía”, admitió.

Erick también lo conoció por décadas. “Reconocí a un padre en él. Se trataba de un hombre parco, pero bueno para la talla.  “Ahí va ‘el primero de mayo’, porque no le trabajaba un día a nadie”, decía de alguien. Era una persona que compartía y era muy generosa. Y su talento eran los traucos y las pincoyas. Nos va a costar olvidarlo”, afirmó.

Mientras llegaba a La Recova, y cuando iba a recibir el cariño de su gente luego de la misa de su adiós, Jacqueline Pizarro, quien era nieta del hombre en cuya casa Manuel vivió por años, también tuvo palabras bellas. “Mi madre siempre nos pedía que no le permitieran irse. A él le gustaba dar, pero no así recibir. En cosas sencillas”, afirmó esta mujer, que también aseguró que será difícil olvidarlo.

 

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