Crédito fotografía: 
Ricardo General
Cristián Cuturrufo dejó una huella indeleble entre quienes lo conocieron. Su repentina partida a causa del covid-19 aún resuena, pero a su vez, retrotrae a historias de una persona “alegre y generosa” como lo definen sus amigos. El mismo que logró poner a la Región de Coquimbo en lo más alto del jazz

Discusiones más o menos, Cristián Cuturrufo Contador es el “prototipo” habitual de un coquimbano. Alegre, gozador, sencillo, encantador en voz de algunas mujeres. En encuentros sociales era el “alma de la fiesta”, que reía con todos y que con su trompeta hacía que la velada resultara más cálida aún.

Sobre el escenario, un talento único, que aunque recorrió el mundo sacando a relucir el jazz, matizado con el funk y otros estilos, siempre volvió a su ciudad a respirar aire puro. En efecto, su último trabajo musical, “Socos”, fue un verdadero homenaje a la naturaleza y a la espiritualidad de nuestra zona.

Al igual que toda la familia Cuturrufo, “Cutu” era devoto de la Virgen de Andacollo, por lo que permanentemente sus temáticas musicales iban dirigidas a la “Chinita”.  Pero también era muy terrenal y apegado a su Coquimbo, tierra de la que nunca pudo despegarse, ya que si bien perfectamente podría haberse radicado en el extranjero, nunca se alejó de su “puerto lindo”. Precisamente, fueron esas costas las que recibirán sus cenizas y, así, nunca se irá.

 

Un amigo generoso

Quien conoció siendo muy joven a Cristián Cuturrufo fue el artista visual y fotógrafo Mauricio Toro Goya. También coquimbano, ve en “Cutu” una personalidad donde la entrega y la calidad humana son la clave. “Cristián era amigo de toda la gente, esa era una particularidad. Por eso hay tanto pesar por su fallecimiento. Era el alma de la fiesta, y una persona que con su capacidad era muy cercano a la gente. Nosotros éramos amigos desde el mundo del arte”, subrayó.

Mauricio Toro conoció a Cristián Cuturrufo en 1990, cuando llegó a la Región de Coquimbo. “Cutu” tenía sólo 18 años y Toro, veinte. En ese momento, el fotógrafo trabajaba como reportero gráfico de diario El Día, aunque se fue vinculando con otros artistas para así generar actividades culturales, a poco del retorno a la democracia tras 17 años. Entre ellas, muchas vinculadas al jazz, y así es como Mauricio  se vincula al músico. Fueron tiempos, a su juicio, de mucha colaboración entre los artistas locales.

“En ese contexto, la familia Cuturrufo y principalmente Cristián, fueron muy generosos para apoyar. Tenían un trabajo constante con mucha gente joven y ayudaban a ‘tirarlos para arriba’. Y he ahí algo interesante, porque cuando “Cutu” ya se instaló como artista a nivel nacional e internacional, él colaboraba constantemente en la región y llevaba a otros talentos regionales al circuito nacional. Y a su vez, vinculó a la región con artistas internacionales. Tenía una disciplina que estaba relacionada con no ser una persona arrogante. Era una artista al estilo coquimbano, conectado con la realidad, con la pobreza”, aseguró.

Como anécdota, Mauricio recordó que se encontró con Cristián en un cumpleaños en Santiago. “Estábamos los dos, muertos de la risa, en medio de la fiesta y nadie entendía que nos causaba tanta gracia, y la cumpleañera nos dijo ‘ya sé por qué lo están pasando tan bien, es porque ustedes son coquimbanos’”.

 

Un “gozador”

Diario El Día tuvo la posibilidad de conversar con una polola de juventud de “Cutu”, con quien tuvo una relación a inicios de la primera década del siglo XXI. Sólo nos  solicitó que no reveláramos su identidad, pero tuvo los mejores conceptos para Cristián, ya que le marcó profundamente su personalidad encantadora.

“Lo conocí en una presentación suya, por supuesto, en el Club de Jazz de Coquimbo. Luego nos fuimos al Playa Paraíso en Coquimbo, y luego salimos caminando por la costanera, conversando de la vida, y puso atención en mis zapatos que calificó como de ornitorrinco, porque tenían una parte de cuero y otra de gamuza”, señaló entre risas.

Agregó que se trataba de una persona “muy obsequiosa. Le gustaba mucho el buen comer y una de sus costumbres era dejar un poco de vino para el momento del postre. Por eso tenía una frase ‘postre y vino, paladar fino’, que lo caracterizaba. Era encantador y no existían los malos ratos con él. Siempre era el alma de la fiesta, con la talla a flor de labio y revolviendo la piscola con el dedo meñique, porque tenía mejor sabor ,según él. Era un amante de la playa Changa”.

En resumen, aseguró que “siempre lo amaré, porque me enseñó a ver la vida en forma lúdica.  Era un gozador”, subrayó.

 

Un “hermano”

Jorge “Coke” Araya, vocalista de la banda de blues “Magnolia”, también conoció de cerca a Cristián Cuturrufo, de quien destacó su inmensa generosidad. “Los que lo conocimos, aún no podemos creer su partida. Uno no sabe cuánto aprecia a las personas hasta que las pierde, y por eso he sentido muy fuertemente la partida de “Cutu”.Sin embargo, nos ha permitido revisar su legado y a su vez,  reflexionar. Será una tarea de mucho tiempo”, señaló.

Para Coke, “Cristián fue una luz, porque tuvimos a un verdadero genio en nuestra comunidad. Siento que fue reconocido en vida, a diferencia, por ejemplo, de Hernán Gallardo Pavez, con quien tenemos una enorme deuda”, recordó.

El vocalista de Magnolia aseguró que “a Cutu, su papá siempre le decía que si se dedicaba a la música, tenía que ser el mejor. Creo que lo fue, y además, creó una verdadera escuela”, subrayó.

Una anécdota que “Coke” siempre recordará fue una noche en la que él estaba tocando en la Aduana, bar del Barrio Inglés en Coquimbo. “Siempre después de las tocatas en el club de Jazz se iba a terminar la noche ahí. El traía músicos de todo el mundo a la región, otro de sus aportes. Y en esa oportunidad, invitó a Coquimbo a un pianista que él admiraba mucho, no recuerdo bien su nombre, yo estaba tocando blues y cuando terminé se me acercó con este señor, quien halagó mi trabajo. Entonces Cristián, al salir del bar me abrazó y me dijo que él era el rey del jazz, y que yo era el rey del blues. Fue una forma cariñosa de darme ánimo y decirme que en esta escena debíamos valorarnos, lo que nos falta en la región. Por eso, Cutu por siempre”, concluyó. 

 

Un formador

El guitarrista Juan Carlos Aguilera, JC Blues, trabajó por más de dos décadas con “Cutu” y supo de primera fuente de la generosidad del trompetista, quien lo llevó de la mano a un mundo que este artista desconocía: el jazz.

“Yo venía de tocar rock muy pesado, y empecé a trabajar con el hermano de Cristián en su estudio grabando jingles y haciendo música para publicidad radial.  Un día llegó Cristián y me escuchó tocar. ‘Tocai bien’, me dijo. ‘Sácale distorsión a la guitarra y toca lo mismo’. Le gustó y me dijo que debería tocar jazz. Cuando se iba yendo del lugar, le digo ‘¿y por qué no me enseñai voh?’ Y me respondió ‘¿a quién le venis a hablar así?  y de vuelta le digo ‘a voh que soy el mejor trompetista de jazz de Sudamérica, quien me puede enseñar mejor que tú’. A lo que me contestó, ‘me caíste bien, te voy a hacer clases”, recordó el guitarrista.

Las clases, en rigor, eran en el auto de Juan Carlos, un vehículo Opala muy antiguo, donde se iba junto a Cristián Cuturrufo a la playa Changa, precisamente donde sus cenizas quedarán esparcidas. “Íbamos con una botella de pisco, una Coca Cola de dos litros y una bolsa de hielo. Eso sin duda empezó a cambiar mi concepto, porque me abrió a un mundo totalmente diferente, con otra armonía, otras escalas y otro lenguaje. Así fusioné el rock con el jazz y terminé tocando más de 20 años con Cristián, quien a los pocos días me tiró a los leones en el Club de Jazz de Coquimbo”, rememoró JC Blues, quien es un eterno agradecido por la generosidad del jazzista. “Yo soy un músico híbrido, que tuve la suerte de terminar tocando con el mejor jazzista que ha dado este país en su historia, porque dudo que en 100 años tengamos otro Cristián Cuturrufo”, concluyó.

 

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