La igualdad de todos los ciudadanos parece ser un ideal político. Y en verdad cada uno de nosotros desea ser respetado en sus derechos, por muy humildes que sean nuestros orígenes. Por eso reclamamos cuando se nos discrimina, en favor de otros que gozan de privilegios. “Todos los hombres nacen libres e iguales en derechos”, así lo proclamó en 1789 la Revolución Francesa. Pero es una utopía que esconde algunos venenos no detectables a simple vista. Para empezar, uno de los motivos centrales del impulso igualitario es la envidia: si ellos pueden, ¿por qué yo no puedo? Es muy probable que en los grupos más primitivos existiera  una jerarquización, y que el grupo estuviera dominado por el macho alfa, que coartaba la libertad de los demás mientras les hacía  creer que sólo él podía preocuparse del bien de la tribu. Pues bien, en la historia reciente hemos visto cómo se ha querido revivir esos pasados salvajes merced a ideologías colectivas  y  totalitarias, como el nacismo, el facismo y el comunismo.Tales regímenes predicaron el ideal de la igualdad, establecieron una dictadura feroz y eliminaron las libertades del individuo. Con eso detuvieron el progreso y arruinaron sus  países, provocando millones de muertos. En la misma línea aparecieron, aunque sin éxito nombres como Castro, Allende, Chávez,  Maduro y otros.. Afortunadamente tenemos barreras como el cristianismo, el progreso de las comunicaciones y la globalización, que dan pleno valor a la libertad y al espíritu emprendedor del individuo. Abraham Lincoln dijo una vez: “Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son”. Tenemos los mismos derechos fundamentales, por pertenecer al género humano, pero cada individuo es único por el cultivo de sus facultades, por su creatividad y por su empeño en el trabajo.Nadie tiene derecho a quitarle el fruto de sus sacrificios. Frente a la amenaza del estatismo y de brutales represiones armadas, oponemos la defensa de la libertad individual y de la dignidad de cada persona. 

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