En todo el mundo, no sólo en Chile, hay desencanto con la política, sobre todo entre los jóvenes.El fenómeno tiene un lado sano: la gente ya no depende  tanto de los políticos para la solución de sus problemas y ha aprendido a asumir alguna responsabilidad por sus propias vidas. Además, sabe que en un mundo más complejo e interdependiente, un político nacional es menos relevante que antes. Sin embargo, el desencanto es producto también de que los políticos hoy día ejercen poco liderazgo. Antes había políticos que trataban de convencer a la gente, educarla, estimularla. En buena hora, dirían algunos: al fin no estamos sometidos a las utopías de elites fundamentalistas. De acuerdo. Pero hay un límite. No hace falta ser fundamentalista para tener convicciones, para jugarse contra la corriente por una idea buena. Políticos tan diversos como De Gaulle,  Mitterrand o Felipe González han demostrado en el pasado que los electorados aprecian a aquellos que no temen quedarse solos por un tiempo.Estas reflexiones se me vienen a la mente tras recordar los gobiernos de los presidentes  Aylwin, Frei y Lagos. Sus gobiernos me despiertan cierta nostalgia. Fueron, creo, gobiernos en que se ejerció un verdadero liderazgo político, gobiernos de coalición cimentados por una verdadera mística, en que se hicieron muchos sacrificios por el bien del país.Con generosidad, se creó una televisión nacional pluralista, después de años de dictadura. La Comisión Rettig recopiló en gruesos tomos los horrores del pasado que nunca se habían visto en una nación civilizada. Desgraciadamente, esa mística se perdió. Tal vez al país le iba demasiado bien. Tal vez parecían demasiado consolidados el desarrollo y la democracia. De un gobierno creativo pasamos a un gobierno que administraba, casi con desgano, la energía positiva que venía del pasado.Es por eso que necesitamos un enorme capital político para retomar el liderazgo que se ha perdido y seguir la senda del  progresismo.  

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