No es difícil aseverar que para la humanidad, la idea de aceptar un mundo sin presencia de deidades protectoras-creadoras, sin verdades indiscutibles, sin ángeles guardianes, sin paraísos, sin reencuentros con nuestros seres queridos luego de morir, sin siquiera un destino hacía donde ir, resulta aterrador, terrible e inconcebible.

Un niño siente dolor cuando se percata de que no existe santa claus, su ilusión se desquebraja. De igual manera la ilusión de las personas se rompe cuando la cruda realidad de un mundo bélico y maniático se les viene encima; los dogmas, los ídolos, los salvadores, las sagradas escrituras, todo se vuelve inútil ante la crudeza vivencial.

El talón de Aquiles de la humanidad se basa en necesitar de muletas existenciales para soportar las duras verdades del mundo. Por ello es que las sociedades históricas inventan divinidades a imagen y semejanza, a las cuales rinden culto, a posteriori inventan la moral que dictamina lo bueno y lo malo, para finalmente terminar enalteciendo a sacerdotes y profetas escogidos, en un círculo eterno de misticismo y devoción.

No obstante, los humanos también portamos el germen del rupturismo y la revolución. Los niños en la adolescencia suelen rebelarse contra los valores y la tutela de los padres. Los pueblos acostumbran a levantarse con efervescencia frente a las tiranías y sistemas insuficientes. La historia humana, es una historia de luchas, de revoluciones, de aniquilación de dogmas y sustitución de tradiciones. Las grandes orgánicas opresivas de la humanidad no han sido derrumbadas santiguándose ni de rodillas rogando al cielo, sino batiéndose en acción directa y organizada, con voluntad de poder.

El legendario filósofo griego Sócrates, practicaba un método llamado mayéutica (dirigir el parto) con el objeto de interpelar mediante un diálogo a quién creía ser sabio, pero sólo vociferaba prejuicios, sentimentalismos y falsas concepciones de la verdad. A través de una serie de preguntas, el interpelado se percataba con dolor e indignación de que nada sabía (romper dogmas es doloroso como el parto), por ende Sócrates dirigía el nacimiento de ese nuevo conocimiento. Con la rotura del dogma prejuicioso nacía el conocimiento auténtico. La cultura helénica lo sabía.

En ese panorama; los más grandes revolucionarios (individuos de extrema voluntad), han extirpado de sí mismos, todos los espejismos dogmáticos culturales de sus épocas, recibiendo en sus manos un nuevo fuego prometeico. Aceptar la verdad, por muy cruda que sea, es un acto heroico, así como también destrozar los dogmas que se heredan por generaciones. Tengan por seguro que si un cristiano naciera en una sociedad hinduista hubiese sido hinduista, y si un hinduista hubiese nacido en una sociedad cristiana, sería cristiano.

Aquellos hombres de extrema voluntad pueden tener dos naturalezas: Los que con fuerza extraordinaria intentan libertar a otros de las cadenas del sistema para construir una sociedad de bienestar en conjunto. En contraposición, los que con la misma fuerza de voluntad, ponen su esfuerzo en erradicar la sociedad imperante para terminar implantando un sistema de dogmatismo diferente (dogma por dogma).

Dogma es el nudo esquemático que encierra al pensamiento entre cuatro paredes. Por el contrario, el pensamiento humano tiene una naturaleza fluida e ilimitada en magnitud.

Estos dogmas y espejismos religiosos de la salvación, tienden a generar culturas sociales infantiles, sumisas y proclives a la extinción. Personas con temor a dios, con miedo al pecado, con supuestos valores eternos, autodeclarados esclavos de la moral del bien y el mal, que terminan siendo fácilmente sometidos por ídolos, ideologías, demagogos, tiranos y castas sacerdotales, cayendo además en la inacción material, aceptando que alcanzarán la felicidad en un mundo etéreo.

El bien y el mal son inventos humanos; por ello es que quienes se percatan de esta farsa, son capaces de construir su propia moral, no necesitando de muletas existenciales religiosas ni ideológicas para vivir, aceptando al mundo con toda su belleza y su crudeza, admitiendo que el destino del hombre no es diferente del más insignificante gusano en la putrefacción.

En ningún caso debemos confundir la palabra espiritualidad con religión. Espiritualidad es el espectro cultural que aglutina elementos simbólicos que exaltan los mitos elevados de un pueblo; esos mitos transmutan su significado, son presa del movimiento del tiempo al igual que la vida de los hombres. Religión es la rígida disciplina que incorpora dogmas inmutables, buscando sobrevivir en el tiempo, utilizando el conservadurismo para su subsistencia.

Algunos dirán que semejantes planteamientos son mero nihilismo, pero romper la ilusión, rechazando todos esos paraísos de colores, lejos de desanimarnos nos repleta de un vitalismo sorprendente, al presenciar el enorme potencial voluntarioso humano. Somos nosotros los máximos forjadores de la realidad y como dueños del universo podemos estructurar lo que se nos antoje sin ningún tipo de restricción moral.

El devocionismo conlleva al fanatismo (condición psicológica sentimental irracional sustentada en la devoción); ejemplos de ese fanatismo se denotan en la tortura medieval cristiana contra genios científicos como Copérnico, o en la demencial creencia musulmana de violentar a una mujer por desprenderse de su hiyab (un velo que la cubre completamente) al incentivar el pecado demoníaco con su belleza.

En la era moderna, éste dogmatismo esclavista medieval transmutó en dogma-ideológico, puesto que las grandes ideologías del siglo XX quisieron plasmar sobre el mundo su propio "zeitgeist"(espíritu de la época). Las ideologías se enfrentaron en guerras a muerte, terminando triunfante y como realidad paradigmática, el progresismo liberal; el dogma artificial del avance continuo del tiempo lineal hacía la perfección atomista, en medio de un mundo globalizado mercantil interconectado.

Nuevamente la humanidad cayó en la trampa del dogma, en la devoción de líderes, en la asimilación de principios morales intransables que explican la verdad del mundo. Cuando los individuos asumen el dogma ideológico o confesional-devoto, asumen su condición de esclavos; se aturde la fluidez del pensamiento, se colocan un visor equino que soslaya la capacidad de reflexionar panorámicamente.

Como afirmábamos anteriormente, ese moralismo devocionista genera en las personas una falsa percepción de la realidad existencial, levanta una existencia inauténtica, errónea (das-man en lenguaje de Heidegger), construye un infantilismo paradisíaco, que somete la voluntad de poder y sirve para enmarcar las sociedades dentro de cánones sagrados únicamente definidos por el hombre y no por entidades divinas.

Esta religiosidad devota llegó a consolidar dinastías reales de monarcas retardados, estériles y moribundos, pues se creía en la mentira de la pureza sacra de la sangre. Que mejor ejemplo que la triste vida de Carlos II "el hechizado". Por lo mismo, los genios italianos del renacimiento le dieron un golpe al devocionismo, cuando decidieron despertar sus fuerzas creadoras internas, inspeccionando las ciencias, las filosofías y las artes sin ningún tipo de moralina teocéntrica al igual que las gentes del periodo helénico; cuyo ethos-tiempo había sido enjuiciado como hereje y pagano por el fanatismo dogmático inquisidor de matriz hebrea.

Únicamente aceptando el mundo en su plenitud de belleza y dureza, negando la salvación y extirpando todas las ilusiones dogmáticas y morales, que entorpecen el flujo del pensamiento, derrotando todos los ídolos y aplastando las creencias prejuiciosas, nace el revolucionario original, el legislador que escribe en sangre sus propias leyes, el nuevo hombre libre, el anarca, el uomo diferenzziatto, el “anti-cristo”, o el que está más allá del hombre, el ultrahombre; el prototipo de ser humano rupturista más temido y perseguido por todos los tiranos y sistemas históricos que han visto amenazada su hegemonía de poder sostenida en la fe.

Cuando los seres humanos logran derrotar el dogma del fuero interno, rompiendo sus cadenas prejuiciosas, se origina la posibilidad de construir la civilización arqueofuturista del diálogo y el entendimiento, que por medio del conjunto de voluntades ajenas de todo fanatismo y estupidez infantil, pueden concebir la construcción de un destino particular, sin barreras moralistas, explotando el máximo potencial humano-creador.

 

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