Cuando don Francisco Puga me invitó a ser columnista del Diario El Día me hizo una cariñosa recomendación: “Escribe tus artículos en palabras simples, de manera que todo tipo de gente se sienta invitada a leerlos”, fueron sus palabras. Es que para su director este diario debía ser el diario de toda la gente de la Región de Coquimbo. Me consta, nunca quiso que fuera un periódico de élite, menos un medio que pudiera identificarse con un grupo político o económico determinado. Gracias a la familia Puga, es y seguirá siendo parte de la identidad de toda una región linda y sufrida. 
Las puertas de su oficina siempre estaban abiertas a todos los líderes políticos, intelectuales y empresariales del país que lo visitaban. Era un espacio acogedor, donde acompañados de un café siempre se interesaba en los grandes temas, aquellos que tienen que ver con el desarrollo productivo, el combate a la sequía y la superación de los atrasos que observaba en áreas como la salud y la infraestructura local. Por el contrario, nunca se interesó en intrigas o pequeñeces. Jamás lo escuché hablar mal de alguien.
En medio de las desconfianzas que hoy cruzan a las instituciones, la política, las grandes empresas, las iglesias y los propios medios de comunicación, extrañaremos la serena rectitud de un caballero, un hombre de familia, gozador hasta el último día de su vida. Con la partida de Francisco Puga se marcha un poco el Chile de nuestros padres y de nuestros abuelos. Aquel país donde imperaba el respeto y la sobriedad, tan lejos de la búsqueda del éxito fácil y de la agresividad que abundan por estos días.
En efecto, en estos tiempos en que muchos andan a la caza del pequeño escándalo que se pueda titular en letras de molde, recordaremos la altura de miras que siempre caracterizó su gestión en el diario, junto a su hermano Ricardo y siguiendo el ejemplo de su padre. La reciente edición del aniversario número 72 del Diario El Día fue una muestra de ese estilo. En ella se convocó al mundo político, empresarial y académico de la Región a soñar sus grandes desafíos del futuro.
En palabras simples, como me recomendó Francisco, le dedico este humilde homenaje. Luego vendrá otro, ya aprobado a instancia de todos los parlamentarios de la Región en el Congreso Nacional. Hoy Francisco descansa en paz, mientras su familia, sus amigos y los trabajadores de su querido diario El Día perpetuarán todos estos valores en el tiempo. 
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