¿qué hace que una frase, o un gesto de un hombre público, se convierta en historia? ¿Es que ésta da de repente en una clave profunda y expresa algo que todos sentimos? ¿O que tiene a su lado a un gran publicista, un testigo perspicaz e inspirado?A Enrique II de Inglaterra se le recuerda una aciaga pregunta, hecha en 1170 “¿Nadie me vengará de ese turbulento sacerdote?”. De allí su gente asesina al arzobispo Thomas Becket, creyendo interpretar su voluntad. El caso es emblemático. Ilustra la compleja relación entre el poder máximo  y los actos que se cometen en  su nombre. Lo interesante es que Enrique II entendió que aun cuando su pregunta fuera retórica, daba lugar a suficiente duda para que se cometiera un crimen. Se reconoció culpable y se dice que pidió que los monjes lo azotaran.Algunos reyes ingleses fueron afortunados porque Shakespeare les inventó frases memorables. La mejor: la de Ricardo III, cuando, perdido en el campo de batalla, grita: “¡ Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!”. La frase expresa lo que sentimos cuando una emergencia estremece nuestra escala de valores. Luis XIV también emitió frases inolvidables. “El Estado soy yo”, sentenció, nada menos que al Parlamento. Y a un interlocutor casi impuntual le dijo: “Casi tuve que esperar”. Pero sigamos.Cuando a la Reina Victoria le hablaron de los crímenes de Jack el Destripador, pronunció una frase célebre: “No puede ser inglés”. Reinó 70 años y posiblemente nunca antes de ella Inglaterra gozó de mayor poder, grandeza y bienestar, en el mundo de las clases privilegiadas, pues no hay que olvidar cómo vivían los explotados.Don Miguel de Unamuno dejó para la historia unas palabras en el momento que Franco dio el golpe de estado de 1936. En el salón de honor de la Universidad de Salamanca, les dijo a los golpistas: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.  

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