me pongo a pensar en lo inconmensurablemente distinto que es el comienzo de año en el hemisferio norte y en el hemisferio sur. Mientras allá el año parte con frío, con lluvia, con nieve, con ganas de estar adentro, de quedarse en la casa o en la oficina, acá parte en pleno verano, llamándonos a estar afuera, a exponernos a la intemperie. El llamado del verano a que salgamos, a que disfrutemos de la Naturaleza, es tan fuerte que hasta los noticieros de la televisión recorren apurados los escándalos políticos, para llevarnos a alguna playa  y mostrarnos a gente veraneando.Mientras, en Europa, Estados Unidos o Japón, el año comienza puertas adentro, donde el mundo es infinito y complejo, porque no tiene como límites sino los de nuestra imaginación, en Chile o Australia comienza puertas afuera, donde la fuerza de la naturaleza reduce el mundo a elementos primarios: a agua, aire, sol, sombra, tierra, arena.Creo que es bueno comenzar el año así. Creo que es bueno que en los países del hemisferio sur el año de trabajo, que en el norte comienza ahora, sólo empiece en marzo. No sé si bueno para salir del subdesarrollo, pero es bueno para la salud psíquica. En enero y febrero, aun cuando estemos trabajando, podemos tomar distancia del trabajo, tomar distancia del detalle de nuestros proyectos específicos, de nuestras vidas individuales, y ponernos a compartir, en tiempo presente, aquellas sensaciones elementales que nos unen a todos. Esa bocanada de aire fresco y de sol abrasador, la siente el rico y el pobre, el abogado y el albañil, el anciano y el niño.       La temporada estival nos reduce al hombre primario que todos queremos ser, hasta que en marzo nos aburrimos de serlo y volvemos a vivir el proyecto de vida, puntual e infinitamente detallado, que también queremos tener. Se nos ofrecen las bondades de la  simplicidad, despejándonos de complejidades innecesarias, permitiéndonos ver el bosque donde antes sólo veíamos los árboles. 

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