Se lo recuerda, no sin cierto temor, chico y entaquillado, andando a paso ligero  por las calles del centro de Santiago, con abrigo de cuello de piel o enteramente vestido de blanco, pero siempre premunido de un famoso bastón que en la punta escondía un estoque.  Su arma más efectiva, en todo caso, fue la máquina de escribir con la que todas las tardes, durante décadas, redactó las páginas de la vida social elegante en Última Hora y Las Noticias Gráficas, diarios de a chaucha en cuyas portadas se privilegiaban más bien las reyertas del bajo fondo o los dramas íntimos del conventillo. Si se trenzaba en alguna discusión, su amenaza frecuente era “¡te voy a echar a los pasquines!” Hubo quienes murieron esperando que los mencionara en sus columnas. Otros ofrecían plata para no aparecer.Los pasquines en cuestión salían de los sótanos de las imprentas y llegaban muy rápido a sus ávidos lectores. Ahí encontraban de todo: desde chismorreo menudo hasta consejos sociales del tipo “una señorita distinguida jamás llega con una botella de chicha a la oficina”. O chistes en clave sobre personajes del momento: “Cornelio Saavedra Valenzuela ha sido toda su vida un notable minero y tiene varias minas de manganeso, con las que piensa hacerse millonario como todos los mineros. Pero donde reside habitualmente es en la mina Chabela, que está ubicada en Valparaíso, calle de Chacabuco, que no es de él y  tampoco de manganeso”. Según propia confesión, Rivas no se levantaba jamás antes de las doce del día. Esto porque, en su opinión, un caballero que no era empleado o que no debiera asistir a un duelo al amanecer, no tenía nada que andar haciendo por ahí en la mañana. En sus aversiones se revelaba como un satírico de fuste. Las ancianas, por cierto, no eran santos de su devoción. Tampoco algunos ritos mortuorios como, por ejemplo, el velatorio del angelito.   La ferocidad, el humor y la inteligencia distinguieron a Mario Rivas, que fustigó a la sociedad chilena desde sus columnas.

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