Hay culturas que dan especial valor al acto generoso no calculado, al gesto desinteresado de quien no pide nada a cambio. Desde los antiguos, la cultura castellana ha sido una de ellas. Por algo una novela hispana, tal vez la más grande  jamás escrita, le dio al mundo el adjetivo “quijotesco”.  Dar con espontaneidad, perdonar las ofensas ajenas sin esperar que a uno le perdonen las propias, ser generoso incluso con gente mezquina, ser abierto de mente y de corazón incluso con gente hermética, pedante, hipócrita: son las actitudes propias del hombre noble, actitudes que, desde luego, no tienen nada que ver con su alcurnia, sino con virtudes profundas.Es una pena que haya gente tan mal pensada, que cree que ser noble es ser ingenuo. ¿Qué les pasará? Tal vez nuestra alma castellana fue diluida por las reformas borbónicas. Tal vez el economicismo que se ha instalado en el país haya hecho que algunos ya no entiendan lo que es incurrir en un costo, sin haber antes calculado un beneficio que lo exceda. Tal vez haya personas que, simplemente, necesitan vivir siempre en pie de guerra, porque ya no saben cómo vivir de otra forma.En otras culturas, también el cálculo mezquino y avaro es considerado reprobable y hasta repugnante. Una de ellas es la cultura rusa. Para Dostoievski, no hay nada más vil que ahorrar, porque significa ser calculador, mezquino, pequeño de espíritu. En El jugador, el narrador hace una sátira feroz de la familia alemana que, según él, progresa gracias al ahorro, el trabajo y la racionalidad, pero a costa del espíritu. Mejor vivir como nómada que vivir como un alemán, dice.Hasta el perdedor gana, porque conoce el sufrimiento y la humillación, condiciones que nutren el alma, que el alemán, con sus cálculos, ahoga. No sólo la cultura rusa, también la hispana, rechazan los valores capitalistas. Para esta última, el derroche es visto como noble y el cálculo, de cualquier tipo, como vil.Nobleza obliga. 

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