Las violaciones de los derechos humanos se hicieron presentes dramáticamente en Chile a raíz de la catástrofe de furia y de odio desatada por el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Sucedió entonces una asombrosa paradoja. Los chilenos, en una gran mayoría, no conocíamos ni el valor ni el significado de esos derechos. Sabíamos, por ser un país del continente latinoamericano, de la marginación y de la miseria de nuestros pueblos, sometidos históricamente a una expoliación permanente, tanto nacional como internacional. Conocíamos, pues, la violación ancestral de los llamados derechos económicos, sociales y culturales, pero de la existencia de crímenes contra la Humanidad teníamos una idea abstracta y lejana, vinculada más bien con las atrocidades del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.Jamás antes se habían vivido ni experimentado crímenes masivos como los desatados a partir del mismo día del golpe de Estado, que hoy, cuarenta y tres años después de ocurridos, se siguen conociendo y develando en toda su brutal realidad.Frente a esta situación, grupos de personas se unieron para defender los derechos humanos, en comités de iglesias, agrupaciones de víctimas y otros organismos. En ellos participaron profesionales de distintas áreas, quienes han trabajado todos estos años pública o silenciosamente, sin desfallecer. No han callado jamás y por ello han sufrido allanamientos, vejaciones, muertes, persecuciones, exilio, pobreza, marginación, estigmatización. Pese a todo, persisten y persistirán por muchos años más, todos los que sean necesarios. Limpiar y cerrar heridas, sanar los traumas, es un largo camino que atraviesa generaciones y no hay acuerdos políticos ni falsas reconciliaciones que aquieten las conciencias o hagan olvidar lo vivido y experimentado.Thomas Mann, refiriéndose a lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, en su país, Alemania, escribió: “Desde entonces, mi corazón no ha encontrado sosiego”.Así ha sido también entre nosotros. 

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