Familia debe ser la primera revista femenina que se conoció en Chile. Fue creada, en  1910, por Agustín Edwards Mac-Clure, como parte  de las publicaciones de la empresa Zig-Zag. Hojeando sus páginas, uno puede hacerse una idea de las preocupaciones de las mujeres de entonces, la mayor de las cuales correspondía a la vida social. Para ello estaba la sección “gran mundo”. Ahí se ventilaban encantadoras superficialidades, como que a la señora Blanco de Bulnes se la había visto con una túnica de gasa negra transparentada de lila y la cintura ceñida con un galón plateado que imitaba los tonos de la falda.  O que las hermanitas Gandarillas habían deslumbrado con sus trajes de gasa de chambery  blanca, guarnecidos con fajas angostas de piel de nutria.Éste era un ámbito de preocupaciones. El otro era la vida práctica: cómo deben hacerse las croquetas, cómo construir un panal de abejas, cómo inculcar en las hijas la virtud de la abnegación. Había también columnas dedicadas a la “psicología de la coqueta” y a la “vida psíquica de las aves en la jaula”, etc, etc.Omer Emeth –el cura francés- desplazaba su espíritu crítico desde la literatura a las costumbres en boga. Como no le gustaba decir “amén”  -salvo en la misa-, sus palos eran duros para toda moda que asomara la cabeza, ya se tratara del espiritismo y las creencias de ultratumba, o de las manías del sufragismo femenino.Particular indignación le causaba el frecuente divorcio entre moral y alta costura. Cierta vez, parado “en un peligrosísimo ángulo de la calle Huérfanos”, vio algo que le agrió el día: Dos muchachas cuyos trajes eran “la más perfecta aproximación que quepa en materia de desnudez”, seguidas por cientos de ojos. Un amigo que encontró en el grupo de mirones le informó que las niñas no eran lo que parecían. La verdad es que al crítico no le gustaba su época. Opinaba que un marqués del siglo XVIII era un poema, mientras que un gentleman de 1911 no era más que una prosa de uniformidad. 

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