Las cambiantes temperaturas que hemos tenido estos últimos tiempos no sólo son responsables de los bruscos vaivenes en el ánimo de los ciudadanos; también han ocasionado  alteraciones en los hábitos de la fauna local. Así, hace poco, durante una oleada de calor, fuimos testigos de una zumbadora invasión de zancudos. Vinieron tras ellos, en masa, las polillas, pegándose sus absurdos cabezazos contra los vidrios y las ampolletas. Ambos visitantes aparecen preferentemente de noche: uno en pos de la sangre de los durmientes y el otro detrás de la luz artificial. Al primero, al zancudo, diminuto responsable de nuestros desvelos, Quevedo le dedicó una de sus sátiras rimadas.  Las polillas, en tanto, por su ceguera, estupidez y corta vida, han servido a más de algún cantante para significar la efímera condición de las ilusiones humanas. Los piojos se suman en legión a este insectario del insomnio. Antiguamente se los suponía propios de sujetos de baja estofa y esporádica higiene. Hoy han ampliado notoriamente su círculo de relaciones: se abanican en pelajes de todos los calibres y tonalidades. De hecho, cierto colegio particular –donde el parásito es cosa de inventario- fue bautizado por las malas lenguas como La Piojera.No sabemos  bien cómo ni cuándo ingresaron zancudos, polillas y piojos al territorio nacional. Algo se ha dicho, en cambio, sobre las pulgas: las trajo el gobernador Lazo de  la Vega a comienzos del siglo XVII. Este hombre –a decir de Vicuña Mackenna- aparte de tener él mismo muy malas pulgas, “nos dejó en esta vida un verdadero pulgatorio, fuera de la que han de tener las ánima en la otra”. Los chinches, en tanto, llegaron de Mendoza, en retribución por las pulgas que a los mendocinos les enviamos desde Santiago y se quedaron para siempre.  “Los chinchosos –según Vicuña Mackenna- han venido de todas partes o han brotado espontáneamente conforme al sistema de Darwin, porque los había mucho antes que pariera en Santiago su primera cría la chinche-madre”.  

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