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El Día
Profesoras tituladas en ese centro de formación destacan la calidad de la enseñanza que recibieron y que luego traspasaron a sus alumnos.

A los 12 años de edad, cuando apenas estaban abandonando la niñez, un grupo de más de cincuenta niñas tomó la decisión de iniciar los seis años de estudios necesarios para convertirse en maestras de Educación General Básica en la Escuela Normal de La Serena. 

Se trata de la llamada generación del año 1968 de normalistas, la cual cincuenta años después regresó para recorrer las aulas que la cobijaron con el objetivo de conmemorar con distintas actividades las bodas de oro.

María Hidalgo Pizarro, presidenta de la generación de normalistas de 1968, recordó que para ingresar a la Escuela Normal las postulantes debían ser las primeras alumnas de sus cursos, “además nuestra escuela de origen debía entregar un informe de nuestra personalidad, ya que ésta debía cuadrar con el perfil de una profesora”,dijo.

María Hidalgo quiso seguir los pasos de su madre, Marina Pizarro (93), a quien considera su “gran fuente de inspiración” para convertirse en maestra. “Ella trabajó en una escuela de varones y, por ejemplo, cuando se hacían las revistas de gimnasia o presentaban actos de cuentos con princesas o hadas y no tenían niñas, mi madre entre comillas me prestaba a otras profesoras para que yo participara de los números artísticos”, relató. 

Así, entre los pasillos de la Escuela Número 1 de La Serena nació la vocación de María Hidalgo, pese a la resistencia inicial de su padre.

Nacida y criada en La Serena, aseguró que no puede “ser más normalista” porque vivió durante toda su vida en una casa ubicada frente a la escuela normal. Apenas obtuvo su título fue destinada a una escuela de la población San Juan, en Coquimbo.

“Cuando empecé, la escuela recién partía y hacíamos las clases en unas salas de madera, prefabricadas”. Después fue trasladada al colegio “Santa Cecilia” de la Parte Alta de Coquimbo, donde se desempeñó por 31 años, mientras que sus últimos años, transcurrieron en la Escuela de Peñuelas. En total, 42 años de docencia. Jubiló en el año 2002 por razones de salud.

Consultada acerca de la educación que brindaba la Escuela Normal dijo que “ésta era una educación de excelencia. A nosotras nos comenzaban a formar como profesoras desde el primer día que ingresamos”.

“En marzo de 1963, cuando tenía 12 años, ya tenía claro que quería ser profesora, al igual que todas quienes estábamos allí”, afirmó. Recordó que debían rendir “exámenes severos para que nos pudieran aceptar. Había un gran número de postulantes y luego seleccionaban”.

La mayoría de las estudiantes era internas, que provenían desde distintos puntos de la región, incluso de regiones cercanas. Solamente eran externas quienes vivían en La Serena y Coquimbo.

“En los primeros cuatro años nos instruían con la misma enseñanza que un liceano recibía en seis años. Los últimos dos años eran asignaturas profesionales, las didácticas, la metodologías, la orientación y la práctica de observación y la práctica de clases”, detalló.

Hidalgo enfatizó sobre el fuerte sentido vocacional de las normalistas. “Nosotras no llegábamos porque no nos alcanzó el puntaje”, señaló.

El festejó de las bodas de oro de la generación del 1968 se hizo en paralelo a los 129 años desde la fundación de la Escuela Normal, que nació un 5 de abril. “Sabemos que la Escuela Normal ya no existe pero de igual forma para nosotras cumple 129 años de vida en nuestros corazones”, señaló Hidalgo.

Relatos de vida

El acto de celebración de las bodas de oro de la generación de 1968 reunió a maestras provenientes desde distintos puntos del país. Danta Tabilo Rojas arribó a la zona desde Arica, donde actualmente vive con su familia.

“Es muy emocionante encontrarse con compañeras a quienes no veía desde hace 50 años, desde el año 1968, cuando salimos de la Escuela Normal y cada una tuvo sus destinos diferentes. Yo trabajé diez años en el valle del Limarí, en Ovalle, y desde allí partí -por traslado de mi esposo- a Arica y nunca volví”, relató.

“Recibí una educación de primera calidad que no se da en la actualidad, sobre todo en el vocabulario, porque no se trata de adaptarse al vocabulario de los niños, el profesor es un patrón de conducta (...) se trata de educar y eso en la Normal nos recalcaban siempre”, añadió.

Gladys Ortega Ruiz relató que cuando alcanzó sexto básico tuvo la oportunidad de continuar estudios en la Escuela Normal. “Desde muy pequeña quise ser profesora, jugaba a hacer clases”, detalló.

“Siendo normalista seguí estudiando y llegué hasta el Ministerio de Educación donde fui supervisora del nivel parvulario en la provincia de Llanquihue, donde arribe el 1971”. 

“Creo que la Escuela Normal mantiene su prestigio porque las profesoras que van quedando se diferencian de las actuales. Todo el mundo dice: No hay como las profesoras normalistas. La Normal sembró y esto ha permanecido”, concluyó.

 

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