Tras leer un aviso en el diario, en el año 1979, se presentó para ser rescatista en el El Faro, que harta mala fama tenía en esos años por la cantidad de personas que se ahogaban. Hoy, a los 59 años, reconoce que fue siempre una vocación más que un trabajo

Tenía 18 años y a través de la prensa supo que se necesitaban salvavidas en la playa El Faro. Aquella mañana se levantó muy temprano para no faltar. Pero fue el primero y el único en aparecer. Era el año 1979 y no cualquiera era custodio. Había que tener harta pachorra y vocación. Y Ricardo Briceño Méndez, hoy de 59 años, tenían ambas cualidades.

Con autoridad reconoce que fue el primer salvavidas de La Serena y que en sus años de servicio salvó cientos de vidas.

“Fui el primer salvavidas en el sector El Faro y La Serena. Incluso, en el primer año me acompañó un compañero, pero después no continuó porque se dio cuenta de la peligrosidad que tenía El Faro, además de la mala fama por la cantidad de personas que se ahogaban cada cierto tiempo. Creo, sin equivocarme, que tengo que haber sacado a más de 300 personas solo o acompañado”.

Pero más que todas esas vidas que salvó, el momento más feliz ocurrió cuando una de esas personas se lo recordó en un supermercado con un fuerte abrazo y un ¡gracias! Ese instante tan espontaneo que se dio entre ambos lo llenó de orgullo y satisfacción, debido a lo complejo que se ha vuelto “este hermoso oficio” con los años, dice Ricardo, hoy inspector general del colegio Víctor Domingo Silva de La Serena.

“Con los años uno se da cuenta del sacrificio que hace. Vivía en cerca del estadio La Portada y de ahí me iba hasta El Faro a pie”.

Como a los bomberos, a los salvavidas el reconocimiento les suele llegar después de horas dramáticas y muy esforzadas. Y eso bien lo sabe Ricardo, que cuando comenzó a salvar vidas recibía muy poca gratitud junto al resto de sus compañeros, que con los años fueron creciendo. Y también las condiciones. De esta manera, añade que “antes el trabajo –aunque sigue siendo riesgoso- era muy diferente al de hoy. En ese tiempo no existía la Avenida del Mar, donde se trabajaba durante todo el verano y a medida que se iba construyendo, el alcalde comenzó a darme más responsabilidad. Porque con los años comenzamos a poner sillas en diferentes lugares de la playa, cada 200 metros, por ejemplo. En aquel tiempo no existían los cursos que si hay ahora, porque solamente se era salvavidas por vocación y porque se tenía actitudes de nadador. Da risas, pero como se necesitaba una persona y nadie quería ir al Faro por lo peligroso que era, aparecí yo”.

De espalda, Ricardo Briceño enseñando el "ABC" a los futuros salvavidas en la Caleta Guayacán, en el puerto de Coquimo.

Lo der ser salvavidas surgió básicamente porque era un buen nadador. Recuerda Briceño, que “en esos años el edil de la comuna de La Serena, don Eugenio Munizaga, puso unos avisos en el diario porque necesitaban salvavidas, entonces me motivó el servicio público, el que me ha acompañado en mi vida personal y laboral”, aseguró y advirtió que “ser rescatista siempre respondió más a un llamado interno, pues es una vocación más que un trabajo”.

Eran muy pocas las personas que salvaban en sus primeros años, cantidad que fue creciendo exponencialmente con el tiempo. Y así lo cuenta.

“A medida que iban pasando los años, también se hacían más rescates. Mínimo 30 por temporada y hasta 200 en algunas ocasiones, pero lo más importante es que la gran mayoría de los rescates eran exitosos. Pero también lo pasábamos mal, ya que varias veces tuvimos que recibir ayuda de la gente. Recuerdo muy bien el año 1985 donde estuve cerca de morir ahogado junto a otro persona”, recalca y toma un respiro, antes de comenzar el relato.

“Fue un momento complejo. Veo las señas de un hombre que se estaba ahogando y me tiro para tratar de hacer el trabajo en poco tiempo, pues los segundos son oro en estas circunstancias. Sin embargo, cuando braceo unos metros la corriente comienza a desviarme y las olas a golpearme con fuerza. Cuando iba en la décima ola, aproximadamente, empecé a perder las energías y ahí uno se sumerge en el túnel, el famoso túnel donde uno ve una luz, donde en fracción de segundos se te comienza a pasar la vida. Me sentía en un limbo, así que pedí ayuda a Dios y me salvó, pues comienzo a salir y veo a la persona que estaba cerca de mí, así que la consigo rescatar y la gente también ayudó mucho para que eso así sucediera, haciendo una cadena”.

Después de varios minutos de dura porfía y con la ayuda de otras personas, llegó el alivio.

En la caleta Guayacán, Briceño y otros profesores preparando a los rescatistas.

“Formamos una cadena humana, hicimos una filita india y salimos. Pero nos costó mucho llegar al punto en el que pudimos sacarlos”, expresa Briceño, que nunca había pasado tanto tiempo dentro del agua en un rescate y que bien pudo ser el último.

"Se nos pagaba un sueldo mínimo que nos ayudaba. Partía el 15 de diciembre y terminaba mi labor el 15 de marzo. Durante el año estudiaba y eso me permitió formar mi familia".

“Me pude haber retirado ese año, pero seguí de todas maneras. Es más. Luego de eso me entregan mucha más responsabilidad, porque la playa ya era más grande, puesto que se comenzó a pavimentar la calle, se hicieron cabañas, departamentos… También con los años se consiguieron los equipos, los banderines, más implementos para los salvavidas, todo lo que nosotros no teníamos. Debido a la cantidad de personas apareció también el helicóptero naval que harto nos ayudó. Y por intermedio de la marina se comenzaron a realizar los cursos donde los salvavidas tenían que ir todos los veranos para que yo los aprobara”.

No obstante, uno de los mementos más emotivos para Ricardo Briceño fue cuando una persona, en un supermercado, se le acercó y le agradeció por haberla rescatado.

“Me encontraba en el supermercado, un día cualquiera, hace como dos años, cuando se me acercó una persona. Aún me acuerdo, ya que me miraba fijo, como queriéndome decir algo. Me preocupé, pero muy cortés se acercó, me dio un fuerte abrazo y me dio las gracias por haberlo rescatado. Fue una situación que me impactó, porque a la mayoría de las personas que salvas nunca más las vuelves a ver. ¿Y sabe? Eso me dio fuerzas para venir a conversar con ustedes, para que todos sepan lo importante que es ser salvavidas. Fueron años en que brindé lo mejor de mí. Por eso quiero rendir un homenaje a todos los salvavidas y especialmente a los antiguos, quienes estuvieron conmigo, y también al alcalde de esos años, Eugenio Munizaga, uno de los impulsores de que aparecieran los salvavidas y también la Avenida del Mar”.

 

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