Durante la semana que termina, tanto el Concejo Municipal, en la voz de uno de sus miembros como a través de la opinión de muchos vecinos, se refirieron al patrimonio arquitectónico de la zona típica de nuestra ciudad.Con variados argumentos apuntaron a la pérdida que ha significativo el deterioro de ese patrimonio, visible en muchas calles de la ciudad, destacando Eduardo de La Barra, Amunátegui y Colón, entre otras, en donde vetustas casas de adobonales estructuras, algunas con inadecuados estucos de cemento y evidenciando claramente que los daños producidos por las abundantes precipitaciones y los constantes temblores, amén del último terremoto - tsunami que atacó al puerto y a La Serena, se han debido (a mi juicio) al visible descuido de sus propietarios en mantener techos y antetechos, caídas de agua y desagües, permitiendo que estos embates de la naturaleza filtren el agua y provoquen grietas en los muros de adobes y los debiliten, produciéndose los consabidos derrumbes.La Serena es una ciudad plenamente dedicada al turismo, con numerosos establecimientos educacionales. No posee industrias y su población, mayoritariamente, se dedica a las actividades de servicio o a educarse. Si ese es el caso, ahí está el manoseado concepto de “desarrollo sustentable”, utilizado por autoridades estatales, municipales o empresarios de la construcción, para justificar y ensalzar obras de infraestructura. Piensan, allá, en un subconsciente que filtra sus sueños, convertir a la zona típica de la ciudad en un enmarañado circuito con edificios en altura, lo que generaría (para pocos) generosas ganancias. Por el contrario, el concepto de “puesta en valor”, establecido por la UNESCO y que Chile ha reconocido como válido, se echa al saco de un olvido intencionado. A este paso, mejor resulta para aquellos dejar morir viejas y valiosas expresiones de la arquitectura decimonónica y remedar burdamente aquellos ejemplos vivos del pasado, dejándoles morir para luego justificar su demolición y construir algunos nuevos “adefesios”. De esta manera, estaremos muy luego viviendo en una ciudad  de patrimonio encementado. ¿Qué apreciarán entonces de nuestro pasado los turistas al recorrer las calles? 

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