Cuando el presidente José Joaquín Pérez Mascayano  (1861-1871) alcanzó la primera magistratura se convirtió, de hecho, en el primero en romper la continuidad de los gobiernos conservadores, que venían sucediéndose desde que Portales diera inicio a la serie de mandatarios con acendrado sesgo autoritario, tan propio de la aristocracia, heredera del coloniaje, la que aún llevaba las riendas del poder político de Chile. Por cierto, había sido elegido con el apoyo de lo que daría inicio, durante su gobierno, a una coalición liberal - conservadora. Tal vez esta característica no ha cambiado mayormente en la llamada “clase política civil” del presente.Durante sus diez años de pacíficos aconteceres –salvo la malhadada guerra con España-, se realizaron numerosas obras de adelanto material que, sin embargo, no cambiaron en nada la situación de las clases sociales más bajas o populares. Así, por ejemplo, se terminó la construcción del ferrocarril de Santiago a Curicó, se inició en Chile el uso del sistema métrico decimal, la instalación del alumbrado a gas y se definió el Código de Comercio, cuando aún se mantenían usos y formas  provenientes del período colonial. Además, fue el último mandatario que cumplió un decenio al mando del país.Se le ha calificado como un cazurro aristócrata y despreocupado dueño de fundo -en apariencia- respecto de los sucesos que ocurrían en Chile. Una de las revistas de tinte político que se publicaban por aquellos años incluyó una caricatura en la que se veía al presidente, tendido en una hamaca, bajo una higuera, semidormido y boquiabierto, esperando que le cayera una breva “pelá en la boca”. Bajo el dibujo se leía “Así gobierna Pérez”. Cuentan que éste comentó, sin inmutarse: “Y de verdad, lo hago bien”.Pero la mejor anécdota que se recuerda ocurrió en Valparaíso, cuando un gringo lo invitó a la inmersión de lo que sería un primer submarino experimental. Luego de escuchar atentamente las complejas explicaciones del inventor de tan peligroso y revolucionario artilugio marinero, le preguntó, de manera socarrona: “¿Y si se chinga?”. Muy molesto, éste negó con desprecio la cabeza, subió a bordo y procedió a sumergirse en su navío...  que nunca emergió a la superficie. Aún yace en el fondo de la bahía, esperando que alguien lo reflote de nuevo a la luz del día.    

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