La columna de opinión del lunes pasado ha acarreado variados comentarios en torno a su tenor, la mayoría de ellos limitándola a la esfera política.
Como allí se hablaba de las exigencias que debiesen cumplir los líderes, inmediatamente se asoció el comentario a los dirigentes políticos que, lamentablemente, encabezan las críticas en relación a su desempeño. No obstante, la columna mencionada se refería a los líderes que hoy dirigen todo tipo de institución en Chile, sin excepción alguna. Sea política, religiosa, deportiva, gremial, vecinal, altruista u otra que se nos escapa.
La opinión pública nacional, cada día más exigente en hacer respetar sus derechos y no así en cumplir sus obligaciones, en un frenesí de enjuiciamiento  siempre más duro con el otro que consigo mismo, ha establecido nuevos parámetros a cumplir por quienes quieran erigirse como líderes por derecho propio. No basta como antaño con mostrar poderío, consecuencia y capacidad de seducción, hoy se demanda, además, empatía y sencillez, moderación y templanza, probidad y austeridad y servicio público y solidaridad. Y, a mayor abundamiento, valentía y humildad.
¡Menuda tarea para los aspirantes a ser líderes! Pero así debe ser, porque los verdaderos conductores de masas son personas excepcionales y, por ende, muy escasas. El problema actual de nuestro país es la ausencia de ellos y, a contrario sensu, la proliferación de personajes que remedan serlo o que se levantan con pies de barro que se desmoronan al primer embate.
El ser humano es limitado y nadie es perfecto, por lo cual las cualidades enumeradas parecieran ser imposibles de alcanzar, pero hay ejemplos que se acercan a ese ideal, incluyendo la capacidad de pedir perdón cuando se equivocan. Es tarea de cada cual identificar a esos hombres y mujeres especiales para acompañar su proyecto.
Si no aparecen es porque los chilenos no tuvimos la visión de ubicarlos pero yo creo que están y, por lo tanto, debemos estar atentos a su convocatoria.  
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