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Pocos saben de Felisa Irma OIave, católica hasta el final de sus días, pero que, en su momento, cuando integraba un grupo de ayuda para seminaristas de La Serena, fue la primera valiente que se atrevió a denunciar a Francisco José Cox. Hizo cuanto pudo para que se adoptaran medidas, en tiempos en que la Iglesia y el arzobispo eran intocables. Desde luego, la silenciaron. Fue apartada del voluntariado, y falleció en diciembre del 2018 en Santiago, sin ver que la justicia actuara. Su hijo la recuerda, y relata todo lo que tuvo que vivir.

Radicado en Santiago, a sus 64 años continúa ejerciendo en la Diócesis de la capital, después de mucho tiempo entre altos y bajos al interior de la iglesia. Manuel Henrique Hervia Olave, sacerdote y abogado, Doctor en Derecho Canónico, ha tenido una historia compleja en el clero. Nunca tranzó con la verdad y “con decir las cosas de frente y a la cara”, algo que a más de algún superior le molestó y desde luego el por ese entonces “rebelde” cura Hervia, tenía sus problemas, pero nunca algo grave, siempre situaciones subsanables.

Fue en La Serena donde tuvo los mayores conflictos, cuando fue el primero (según se sabía hasta ahora) en denunciar a Francisco José Cox, a quien sorprendió abusando de un joven al interior del arzobispado. Y posteriormente, tras el asesinato de la religiosa Lita Castillo, en un convento, se vio en un entrevero público con la máxima autoridad eclesiástica de la época, Manuel Donoso, luego que defendiera de manera acérrima a uno de los acusados, Armando Tapia, poniéndose en contra del ex arzobispo.

Este último hecho fue el que terminó con el tiempo de Hervia en la zona, ya que, pese a que Tapia fue condenado, insistió en que se trataba de la persona equivocada, una impresión que mantiene hasta el día de hoy, ya que asegura, “este hombre tenía la mente de un niño, que los carabineros utilizaron debido a la presión que existía por tener algún imputado”.

Donoso no lo perdonó, y decidió “trasladarlo”, aunque el cura asevera que “más que un traslado fue dejarme sin nada. Me quitó trabajo, me quitó toda ayuda, me dejó en la calle”, recuerda el sacerdote, quien posteriormente, ya ejerciendo en Santiago, siguió con su camino lleno de dificultades. Hervia fue acusado de abusar de un grupo de niñas de un hogar del Sename, lo que le valió ser apartado de su diócesis, pese a que el tiempo demostró su inocencia, y finalmente el caso fue desestimado.

Todavía existe la duda respecto a si alguien quiso vengarse de él, pero el cura prefiere olvidar, y no guarda rencor.

El caso Cox

Ha seguido de cerca el caso Cox, y la investigación en su contra que se mantiene pese a su muerte, y, por supuesto, apoya las acciones civiles de los denunciantes tendientes a la reparación que, según afirma, debería venir desde la Iglesia misma, a nivel de diócesis, como también desde la congregación “que lo protegió hasta el final”, señala. “La comunidad de Schoenstatt también debería actuar, porque ellos sabían lo que estaba haciendo Cox, desde un principio, y prueba de ello es que le mandaron hasta La Serena a otro sacerdote para que lo cuidara, o más bien para que lo vigilara. Estamos hablando del tiempo en que fue nombrado arzobispo, mandaron a que estuvieran al pendiente de monseñor, pero no tuvo mucho efecto, porque siguió haciendo daño. Tanto la Iglesia como Schoenstatt estaban al tanto de que este hombre era un depredador sexual”, relata Manuel Hervia, actual capellán de la Posta Central y del Hospital San Juan De Dios, en la Región Metropolitana.

Doña Felisa, la primera voz de alerta

Hervia tuvo un rol fundamental al poner los antecedentes ante la Conferencia Episcopal, cuando vio los abusos, pero antes que él, su madre, Felisa Irma Olave, fallecida en diciembre del 2018, en algo que es poco conocido, fue la primera que intentó hacer algo para salvar a las víctimas del ex religioso, pero “los poderes fácticos de ese entonces se lo impidieron”.

Doña Felisa, profesaba la religión católica férreamente y formaba parte de un grupo de ayuda para los integrantes del seminario de La Serena, ya que en esa época eran niños y adolescentes de muy escasos recursos, provenientes de localidades rurales de la zona, donde primaba la falta de oportunidades. “Mi mamá formaba parte de Las Señoras de Lourdes, y ayudaban tanto económicamente como en todo tipo de actividades que se requiriera. Gracias a Dios, mi familia tenía una buena situación económica entonces se preocupaba de que a los seminaristas no les faltara nada”, relata el padre Manuel.

Por casualidad, un día la madre de Hervia se enteró de una situación que la dejó en shock. No lo podía creer. Desde adentro del arzobispado, le confesaron que Francisco José Cox tenía oscuras intenciones con un seminarista menor de edad, a quien pretendía llevarse a vivir con él.

Se preocupó, averiguó respecto a los antecedentes de Cox, y corroboró lo que quería hacer con el niño en el mismo lugar donde formaban a los futuros sacerdotes. Fue en ese momento en que no le importó la investidura del ex religioso, y recurrió a varios sacerdotes que ejercían en La Serena, pero no obtuvo respuesta, ni acciones concretas de nadie. No supo qué hacer, ya que en esos años era impensado que la justicia ordinaria interviniera en los asuntos de la Iglesia, pero insistió en al menos poder salvar a ese pequeño hasta que Cox se enteró de lo que estaba llevando a cabo, y le cerró las puertas de todo. “Este hombre, al ver que mi mamá había ido a hablar con gente para impedir que él realizara sus abusos, la persiguió, le hizo mucho daño. La hizo alejar de la iglesia y ya no pudo seguir ayudando. Mi madre le comentó esto al menos a cuatro sacerdotes con mucho poder en La Serena, y lo único que le dijeron era que rezara. Y cuando me lo comentó a mí, por supuesto que le creí todo, no sabía qué pensar tampoco, pero conversé con los seminaristas y me fui enterando de todo”, recuerda Hervia. “La sacaron del camino, simplemente”, remarca, agregando que lo peor fue que este niño efectivamente terminó viviendo con Cox, por más de tres años. “Para ella fue una decepción, pero siguió creyendo en Dios, siguió rezando. Desde luego que en ese momento tuvo temor, porque el poder de la iglesia era demasiado grande. Pero ella fue la primera luchadora, la primera en enfrentarse a ese oscuro poder que reinó durante tanto tiempo. Continuó yendo a la iglesia, pero nunca más fue a misa”.

Final en Santiago

Los años pasaron, y doña Felisa vio cómo atacaban a su hijo, acusándolo falsamente. Sufrió con él, y se alegró cuando se comprobó su inocencia. A su vez, vio como una victoria cuando los casos lentamente comenzaron a salir a flote. En el año 2002 se reconocían “las conductas impropias de Cox”, y paralelamente se indagaba a otros religiosos a lo largo del país por abusos sexuales contra menores.

Alcanzó a ver algunas resoluciones en vida, pero no pudo ser testigo de cómo las víctimas del ex arzobispo de La Serena que se atrevieron a denunciar, Hernán Godoy, Abel Soto, y Edison Gallardo, obtenían justicia, ya que Felisa falleció el 27 de diciembre del 2018. “Yo te insisto, ella nunca dejó de ser creyente, pero obviamente que comienzas a ser más crítico de todo”, enfatiza Hervia, con la esperanza de que su madre vea que existe una reparación, aunque sea desde el cielo. 

El proceso penal y su declaración

De acuerdo a lo informado por el Tribunal, el proceso sigue en curso y se está a la espera de algunos testimonios que no se han podido obtener producto de la pandemia, ya que estos testigos serían fundamentalmente gente mayor, que tiene dificultades para salir de su casa. Pese a ello, y a la supuesta demora que acusan las víctimas, Hervia asegura que cuando le tocó ir a declarar percibió que las investigaciones iban bastante avanzadas. “Cuando yo fui a declarar ante el Ministro Le-Cerf, se notaba que tenía un caso contundente. Creo que le faltan testimonios de algunos religiosos, que por el tema de la pandemia no han podido tener, porque son muy mayores. Tienen que declarar ahora, porque todos en su momento se quedaron callados”, concluye.

 

 

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