• Don Omar Rojas vende huevos duros y harina tostada en el centro de la ciudad de La Serena. Tiene 70, pero no se ha planteado la posibilidad de quedarse en casa debido a la pandemia.
  • “Ahora más que nunca uno tiene que trabajar más precisamente porque hay menos gente y se gana menos”, dice Héctor René González, trabajador de 70 años.
  • Francisco Soto, de 68 años hace un par de meses que fue operado de apendicitis, y quedó con secuelas, hoy debe trasladarse en silla de ruedas.
Crédito fotografía: 
Juan Carlos Pizarro A.
No es difícil encontrase con sus historias. La mayoría recibe una pensión, pero simplemente no les alcanza para vivir, y por más que el llamado de la autoridad sea que se mantengan en sus casas por ser un grupo de riesgo, no han podido hacerlo, y desde que comenzó la emergencia sanitaria, han estado en las calles exponiéndose. Desde el Senama regional indican que muchas de estas personas reciben algún tipo de ayuda, pero no toda. Y claro, se reconoce que existe una deuda pendiente con la tercera edad que en estas circunstancias se vuelve más visible.

El llamado a quedarse en casa ha sido reiterado. Todos los días, a través de diferentes medios de comunicación, las autoridades y los expertos insisten en que esta es la única forma de controlar la pandemia del Covid-19, que mantiene al mundo entero inmerso en una crisis sanitaria y que llega de manera más violenta a los adultos mayores, en muchos casos siendo letal.

A la fecha, se contabilizan más de 160 mil muertes a nivel global, mientras que en Chile el número llega a 139. Afortunadamente en la región no se registran fallecidos, sin embargo, el riesgo sigue estando latente y, hay quienes dicen que con el retorno a “la nueva normalidad”, el peligro podría aumentar. Desde luego, se espera que aquello no ocurra.

Evidentemente que hay quienes se pueden cuidar y descansar con tranquilidad en esta etapa de la vida. Sin embargo, otros han colmado los sectores céntricos de las ciudades haciendo filas para cobrar sus pensiones, o esperando en los recintos de salud por vacunas y medicamentos. Muchos de ellos, además de tener que exponerse debido a sus trámites, también deben hacerlo por motivos de subsistencia.

TRABAJANDO EN LA CALLE

Muchas empresas han optado por ocupar plataformas tecnológicas para realizar sus labores, vía teletrabajo, pero aquello no es factible para quienes se ganan la vida  día a día, como los comerciantes particulares, y dentro de este grupo están los adultos mayores que deben trabajar pese a su avanzada edad y que pese a que reciben una pensión ésta no es suficiente ya que no les alcanza para vivir.

Para ellos, la cuarentena voluntaria nunca fue una opción, y la total obligatoria hubiese sido su ruina. Las nuevas medidas anunciadas por el gobierno poco y nada les importan ya que “el riesgo es el mismo siempre”. Simplemente se sienten olvidados.

Las historias

Omar Rojas tiene 70 años, además de su bolsa donde lleva huevos duros y harina tostada, carga sobre sus hombros varias enfermedades crónicas propias de la edad, esas no se las puede sacar.

Siempre ha trabajado de manera independiente, pero desde el 2018 que se dedica exclusivamente a la venta de alimentos en el centro de La Serena. Aunque vive en Coquimbo, asegura que sus clientes más fieles están en la capital regional, por ello, se levanta todos los días a las 07:00 am, ordena sus cosas y se traslada en el micro para trabajar y estar a las 09.00 ya instalado.

Relata que el dinero que logra recaudar en la calle no es demasiado, pero “sin estos pesos extra se me haría imposible mantenerme”. Indica, agregando que “traigo 30 huevitos, más la harina, si logro venderlo todo son nueve ó diez luquitas las que me hago, con eso me muevo para el pasaje, para el pan, y la pensión que es bien poquita la dejo para pagar el arriendo en Coquimbo, con eso me voy dando vueltas”, manifiesta don Omar Rojas.

Sabe que se está exponiendo, pero no le queda de otra. “Aquí hay que ponerse en las manos de Dios nomás. Yo tomo todas las protecciones, uso la mascarilla y tengo mi alcohol gel. Igual trato de no acercarme mucho cuando vendo, pero es lo único que puedo hacer porque no puedo parar de hacer mi pega”, dice el adulto mayor, quien pese a reconocer que está preocupado, siempre mantiene una sonrisa en su rostro, optimista.

La vejez, la soledad y la pandemia

La vida de Francisco Soto, de 68 años ha sido una verdadera ruleta. En la actualidad vive solo en una pieza que arrienda en el centro de La Serena, la que a duras penas puede pagar, por ello, se ve obligado a trabajar, pese a que se encuentra enfermo, fue operado recientemente y debe trasladarse en una silla de ruedas.

Es reacio a hablar de su pasado, pero relata que en su momento tuvo un trabajo bien remunerado,  y un pasar económico tranquilo, sin embargo, las vueltas de la vida lo llevaron a farrearse un sinfín de oportunidades, luego que se separara de su mujer y cayera en una fuerte depresión.

Pero asegura que no va a rendirse, y si todas las adversidades por las que ha pasado no han logrado derrotarlo, mucho menos lo hará el coronavirus.

No he dejado de levantarme ningún día desde que empezaron con esto de la pandemia. Me levanto a las seis de la mañana y me acuesto a las 22:00 horas. Vengo a trabajar hasta las 17:30, 18:00 aquí, y después llego a mi casa, tengo que cocinar, hacer mis cosas, ordenar, dejar la comida de un día para otro, en fin, hartas cosas que las hago en parte, porque hay que hacerlas, pero también porque me gusta mantenerme ocupado. Me costaría mucho estar quieto encerrado en mi casa, sin hacer nada”, expresa.

Al borde de la muerte

Francisco cuenta que hace sólo un par de meses estuvo al borde de la muerte, en septiembre, cuando se operó de apendicitis y de la próstata. Quedó con secuelas, ya que se le empezó a inflamar una hernia que en la actualidad no lo deja caminar. “Se me sigue inflamando cada vez más, me pesa mucho y en la noche los dolores son insoportables”, comenta, el hombre que llegó de Concepción hace más de 20 años, donde vive gran parte de su familia, pero asegura, no lo han apoyado, algo que le duele, pero que ha terminado asumiendo.

Mientras tenga mis manos buenas, y mi cabeza buena voy a seguir aquí, y no le pido ayuda a ellos, si no se han querido acercar es cosa de ellos. Por mi parte, me las tengo que valer por mí mismo y por eso debo salir a vender mis cremas y mis parches curitas, porque sin eso no me da para vivir, porque a mí la plata no me va a caer del cielo, me la tengo que ganar. Ya he pedido ayuda al Estado y no me la han dado”, criticó.

Él tiene sus propias teorías respecto al Covid-19, y asegura que esto no fue casualidad. “Este virus lo crearon para matar a los viejos, como a nosotros, y bueno, si eso es lo que tiene que pasar, que pase”, dice, con algo de resignación.

Un oficio que no muere

Muy cerca de La Recova, en calle Cantournet, encontramos trabajando a Héctor René González, de 70 años. Su labor es todo un clásico: es uno de los pocos lustrabotas que siguen operando en la región, y lo hace con orgullo.

Consultado respecto a si no tiene miedo de contagiarse y si no sería más prudente quedarse en la casa, asegura que sí, “pero no se puede nomás. Ahora más que nunca uno tiene que trabajar más precisamente porque hay menos gente y se gana menos”, cuenta el hombre, quien se encuentra dentro del grupo de riesgo no sólo porque es un adulto mayor, sino porque también presenta un asma crónica.

Empezó en el rubro cuando tenía 45 años, antes de eso fue comerciante ambulante, pero decidió parar porque en algún momento las fiscalizaciones se hicieron muy intensas y se cansó.

Había que estar arrancando todo el tiempo, además que eran muchos y no se ganaba mucho, en cambio en esto sí encontré un buen nicho, y en los días buenos se gana plata, no me puedo quejar”, cuenta don Héctor, quien admite que en la actualidad, la situación con el Covid-19 le ha mermado sus ganancias, pero lo entiende. “Hay menos gente en la calle, porque igual pueden hacer teletrabajo y esas cosas, lo que está bien porque se tienen que cuidar. Yo no puedo, si pudiera también lo haría, pero estoy de acuerdo con que la gente debería estar en sus casas. Para mí eso es imposible, menos ahora porque mi hija está a punto de entrar a la universidad y yo me tengo que hacer cargo. Si he trabajado toda mi vida, no voy a parar ahora”, expresó.

Una situación compleja

Desde el Senama, el director regional Pablo Elgueta reconoció que el caso de estos adultos mayores, que trabajan de manera independiente es complejo, ya que “pertenecen a un grupo de alto riesgo, por lo que se les llama a cumplir con las medidas sanitarias, y a no salir de la casa, pero por otro lado ellos igualmente salen, y no sólo por un tema económico, sabemos que hay personas que por un tema de edad, y cultural no van a dejar de hacer lo que han hecho toda su vida”, expresa Elgueta, quien, de todas maneras, enfatiza en que, en algunos casos más vulnerables sí se les proporciona ayuda.

“Se han tomado una serie de medidas que también se entregan a los adultos mayores más vulnerables, que se está entregando a las personas que pertenecen a nuestros diferentes programas. Existen varias instancias para apoyarlos y que no salgan de las casas”, indicó.

Ayuda municipal

Alejandra Rojo, directora de la Oficina del Adulto Mayor del Municipio de La Serena, precisa que están conscientes de la realidad de estas personas. “Lamentablemente sus pensiones son tan bajas que se ven obligados a salir a trabajar, para suplir el déficit que tienen en sus pensiones”, sostuvo.

Respecto a la ayuda que están entregando, puntualiza que tienen detectados a los más vulnerables y se les hace entrega de una gifcard, o una caja de mercadería. “Pero esto se puede hacer sólo cada seis meses, porque es un aporte ocasional y no permanente. Evidentemente que sería mejor hacerlo permanentemente, pero hay temas legales que lo impiden”, aseveró.

 

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