Nicol Casanga es chilena y está casada con un gitano miembro de la comunidad. Llegó hace tres años al sector y desde hace dos imparte clases de contenido bíblico a los miembros del campamento, incluidos los niños y niñas.
“Nosotros somos cristianos, entonces yo impartía escuelas bíblicas y enseñanza cristiana. A medida que fuimos avanzando, los niños empezaron a preguntar si le podíamos enseñar las letras, a escribir y leer, porque ellos no saben”, relata.
Fue esa inquietud y motivación de los menores la que provocó que Nicol, quien no es profesora, sino que estudió para asistente jurídico, comenzara a instruirse con el fin de plasmar ese conocimiento en los más pequeños.
“Empecé a enseñarles las letras, a leer, a escribir y los niños ya están aprendiendo, están súper entusiasmados. Yo empiezo a las 11 del día y ya a las 9 están preguntando a qué hora vamos a comenzar”, cuenta.
Se trata de aproximadamente 20 menores de diversas edades, principalmente de 6 y 7 años, quienes desde hace un mes, de lunes a viernes se sientan en sus pupitres para realizar diversas actividades educativas, pintar, hacer manualidades y aprender las letras, vocales y también los números.
“Los más felices son los chicos”, confiesa, alegría que se ha contagiado a los padres de los niños y niñas, quienes han sido testigos de su progreso y el interés que tienen por conocer y aprender.
Ahora bien, Nicol asegura que el hecho de tener clases presenciales en la escuela no implica un riesgo para la comunidad, puesto que desde que inició la cuarentena no han dejado el campamento, evitando circular por el centro y lugares donde puedan contagiarse.
“Yo les estaba haciendo clases en mi carpa y me estaba dando cuenta que aunque la costumbre romané es sentarse en el piso, era súper incómodo para ellos sentarse, estudiar, escribir en el piso, entonces empecé a pensar en cómo podíamos conseguir algunas mesas, sillas, porque la situación está difícil como para habérselas comprado yo”.
Fue allí que Nicol pensó en el municipio, con quienes siempre han mantenido contacto a través de la delegación de Las Compañías.
Pedro Valencia, delegado municipal de Las Compañías, relató a El Día que siempre han mantenido una relación estrecha y constante con la comunidad romané, por eso cuando recibieron la solicitud de Nicol inmediatamente decidieron aportar con el mobiliario, pizarra y con el piso de la estructura que implementaron como escuela.
“La idea es que en el futuro, mientras se vaya consolidando esta escuelita, seguir apoyándola para que los niños lleguen en algún momento a ser parte de un sistema más formal de educación, donde puedan dar exámenes libres y tener la formalidad de sus estudios”, señaló Valencia.
Oportunidad que les brindará la opción de contar con una mejor educación, fomentándoles la lectura y también los valores cristianos”, expresó el líder de la comunidad, Hugo Nicolich.
“Este es un paso muy importante para la cultura gitana. Vamos a empezar con los niños y posteriormente con las personas adultas para que puedan aprender a leer y escribir y sacar su cuarto medio”, agregó.
Pese al apoyo del municipio, Nicol admite que aún hay elementos que requieren para poder ir mejorando, como colaciones para los niños y niñas, insumos y elementos de entretención y didácticos para el grupo más pequeño de cinco niños de entre 2 y 3 años que asisten a la escuela.
Ahora bien, aunque para la comunidad en general han sido meses complejos por la pandemia, quien más mal lo ha pasado es Valeska, quien tiene a su hija Sara de seis años con diabetes. Es insulina dependiente y manifestó que aunque tiene la máquina para medir sus niveles de azúcar, no ha podido continuar con sus controles por la pandemia, siendo su constante preocupación las comidas especiales que debe consumir su hija.