Cuando llegamos a su casa ubicada en el sector de Altovalsol nunca lo hubiésemos imaginado. La vimos tan firme, tan fuerte. Vestía con elegancia, o tal vez no, pero nos pareció elegante, ¿existirá gente elegante per se? No lo sabemos, pero si así fuese, Elena Leyton está a la cabeza de la lista.
Sonreía. Pese a todo, sonreía. Y es que igualmente estaba en el lugar que más ama en el mundo, su casa, y junto a dos de las personas que más ama en el mundo; su actual pareja y su nieto Vicente.
No. No fuimos capaces de imaginarlo cuando nos mostró los amplios patios de su parcela y caminaba como emperatriz entre sus más de 50 perros que la ven y parecen estallar en gozo, en júbilo. Y es que ella tampoco nos dijo nada y no tenía por qué hacerlo.
Resulta que aunque nosotros no tuvimos la sensibilidad para detectarlo, los últimos días habían sido tal vez los más difíciles en la vida de la abogada. Su madre acababa de fallecer, hace dos semanas.
Sin embargo, allí estaba, con entereza, dispuesta a contarnos su particular historia. Esa, que pocos conocen, que desmitifica aquella imagen de “mujer de hierro” y que la revela como un alma sensible, cariñosa y extremadamente empática.
Un lugar de paz
“Guatón, dame un cigarro”, dijo Elena a su pareja cuando luego de caminar por su territorio, finalmente nos sentamos en el sillón de su living para comenzar con la entrevista.
En el lugar se respira paz. Y es que parece que todo está en su sitio, una austera, pero bien cuidada decoración campestre adorna el ambiente que fue concebido, por supuesto, bajo la supervisión de Leyton.
Resulta que ella, la única mujer notaria de la Región de Coquimbo, no deja nada al azar. Fue así desde pequeña, nunca cambió ni pretende hacerlo ahora. Sentada, enciende el cigarrillo y ella misma inicia la conversación. “Ya, cabrito, pregunte nomás”, amenaza, con un tono risueño y coqueto. Nosotros también reímos y cómo no hacerle caso.
-Primero su historia, usted es de Santiago. ¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
“Bueno, sí. Soy del Barrio Yungay. ¿Qué recuerdo? Muchas cosas. Era una niña que le gustaba leer mucho y mi padre me regalaba libros. Me acuerdo que en una oportunidad me regaló uno que se llamaba La Luna era mi Tierra, cuando yo tenía como tres años. Lo que pasa es que aprendí a leer cuando era muy chica. No sé muy bien quién me enseñó, pero ya a esa edad ya leía”, cuenta la notaria, pausada, mientras acaricia suavemente a uno de sus perros que no se ha separado de ella desde que ingresamos al living.
Y es que Leyton era una niña en esencia estudiosa. “De la casa al colegio y del colegio a la casa”, dice. Pero aquello no era un problema, sino más bien una opción y no estaba demasiado lejos de ser un privilegio, ya que incluso en sus primeros años disfrutaba del silencio, de la reflexión y básicamente de estar con ella misma. “Sí, era una persona solitaria si tú quieres. Me crié así porque era hija única. Eso sí soy de amistades largas, cuando estudiaba en el Liceo 1 de Niñas tenía una compañera de banco que es mi amiga hasta el día de hoy”, recuerda, al tiempo que su pareja que mira a unos metros de distancia la mira con algo que parece ser orgullo y asiente con la cabeza.
Aquella personalidad la mantuvo durante toda su época de estudiante. Ya en la universidad, fue la misma de siempre, en esencia, ya que en su vida habían pasado muchas cosas, algunas que la marcaron para siempre como la temprana muerte de su padre cuando todavía era una niña. Elena cree que hechos como ese le ayudaron a forjar su carácter que ella no define como “fuerte”, sino más bien como “luchador”. “Lo que pasa es que mi padre fue alguien que influyó mucho en mí, en mi personalidad. Él me inculcó cosas que me sirvieron para siempre, como el ser una mujer independiente, el trabajar siempre mucho, demasiado para ser la mejor en lo que uno hace, que no quiere decir ser competitivo, tiene que ver con un desafío, pero con uno mismo”, expresa.
Pero confiesa que en la educación superior no pudo ser la mejor. Y es que en aquel momento tuvo otras preocupaciones. Resulta que el amor llega cuando menos se espera y a la abogada le llegó. A los 18 años se casó con Claudio Troncoso, con quien estuvo durante 24 años. Con él formó una familia y tuvo a sus dos hijos. “Tú comprenderás que era más difícil ser matea en la universidad, pero tampoco me fue mal, porque me esforzaba y era trabajadora. Si me tenía que quedar estudiando hasta las 3 o 4 de la mañana y después levantarme a las 7, me daba lo mismo, lo hacía sin problemas”, indica, y una vez más su pareja ratifica en un gesto de afirmación. Ella lo mira de reojo y ríe.
Las vuelta de la vida
Su sueño era ser periodista, pero terminó siendo abogada. Antes de eso tuvo un pequeño paso por ingeniería comercial, carrera que no se arrepiente haber dejado. “Lo que pasa es que yo creo que en la vida uno tiene que cumplir los sueños y hacer todo lo que esté al alcance de la mano para concretarlos, y mi sueño no era ser ingeniera”, relata.
-¿Pero por qué derecho, entonces, si quería ser periodista?
“Es que el año que entré, finalmente no se abrió la carrera de periodismo en la universidad, entonces opté por esta carrera y creo que a la larga fue una buena elección”, cuenta la mujer, convencida.
Y es que en su vida, las leyes siempre habían estado presentes, sabía de escrituras y de posesiones efectivas, ya que su padre antes de fallecer le dejó una herencia que la obligó a aprender de temas legales. “Escuché mucho de leyes en ese tiempo y cuando entré a estudiar, ya había cosas que me eran más fáciles que a mis compañeros, por mi historia de vida. Además la carrera no me desagradaba, era humanista y yo por vocación soy humanista, finalmente se demostró que esto era lo mío”, reflexiona, mientras enciende su tercer cigarro.
Elena ya había trabajado procurando causas antes de salir de la universidad y nunca se detuvo. Cuando obtuvo su título profesional se fue a vivir a Los Andes junto a su marido y comenzó a trabajar junto la abogada Gloria Cortés, quien por esos años era notaria. Elena no tenía en los planes seguir para siempre los pasos de su amiga. Sin embargo, con ella descubrió que le gustaba aquella labor.
Después de eso vino Calama. “Mi santo protector me dijo que me fuera para allá”, dice Leyton, de manera espontánea. Y es que fue allí en donde comenzó un despegue profesional que la hizo ser lo que es hoy. “Llegué ahí como notario conservador de minas. Fue una etapa muy bonita y buena en lo profesional, ahí ya estaba madura, tenía 30. Fueron sólo dos años y medio allá, pero sin duda me ayudaron para aprender y seguir madurando como profesional”, dice, en un tono sutilmente serio. Acaba de encender el cuarto cigarrillo.
Desde Calama llegó a La Serena, una ciudad que no le era desconocida, ya que cuando niña solía venir de vacaciones a visitar parte de su familia. Dice que desde ese momento soñó con volver a vivir a la ciudad de los campanarios y así lo hizo. Tenía 32 años, una vida hecha, una familia constituida y aquí dio rienda suelta a su amor por el trabajo. Quizás ya lo había hecho antes, pero en ese momento vinieron las consecuencias. Y es que resulta que ella se toma su labor en serio como nadie y el ser tan trabajólica le pasó la cuenta en lo personal. Se separó de su marido Claudio después de 24 años juntos. “Era algo que tenía que suceder. Yo desde siempre fui muy trabajólica y reconozco que no le di el tiempo suficiente a la relación, me pasaba 12 ó 15 horas en la oficina
¿Mucho, cierto”, dice, siempre en un tono de relajo.
Y es que aquella separación se la tomó con calma. Cuenta que fue algo conversado, racional. Nunca hubo peleas ni cosas por el estilo. Ella no estuvo dispuesta a cambiar su forma de ser y él lo entendió. “Y hasta ahora mantenemos una buena relación, yo no tengo nada que reprocharle. Siempre fue muy buen padre, buena persona. Incluso ahora, para algunas fiestas, él viene acá, estamos con mi pareja y mis hijos y es todo súper relajado. Mira, te insisto, las cosas pasan por algo y no hay para qué enrollarse, hay cosas más terribles”, asegura la notaria.
Elena hoy
Una hora de conversación y ahí está. Con su perro al lado que no se le despega, su cajetilla de cigarros dando vueltas por sus manos, la taza de café que mira fijo antes de tomar un sorbo. Pensábamos que no iba a hablar de todo. Sin embargo, no evade ninguna pregunta. Es una mujer franca. Qué duda cabe.
-¿Y sus hijos, Helena? ¿Cómo es la relación con sus hijos?
“Espectacular. Maravillosa”, dice, con algo de emoción. Y es que Elena está orgullosa de lo que son hoy. Uno, el menor, siguió sus pasos, es abogado y hoy es su brazo derecho en la notaría, y su hija mujer cumplió el sueño que ella alguna vez tuvo: ser periodista. “Cuando los veo ahora, me doy cuenta de que finalmente uno hizo la pega bien como mamá, pese a trabajar tanto, pese a que una muchas veces antepuso el trabajo a la familia, pero siempre mi meta fue que ellos fueran felices y hoy lo son (…) Nunca me reprocharon nada por la separación con mi esposo, lo entendieron. Yo me siento orgullosa de ellos, tanto de Claudio como de Pamela”, cuenta Elena y el azul de sus ojos brilla más que de costumbre.
Pero la vida materna de esta mujer no ha terminado. Y es que ahora, con casi 60 años y después de haber criado a dos niños, llegó un tercero, su nieto Vicente, el cual vive con ella y está criando como si fuese un hijo. “Lo que pasa es que él no se quiere ir de acá, su madre viaja mucho por su trabajo y yo estoy encantada de cuidarlo”, cuenta.
Y a diferencia de otras mujeres, su forma de criar a un nieto y su forma de criar a un hijo no varió demasiado. Para Elena, el inculcarle valores es la premisa fundamental en la formación, tal como se los inculcaron a ella. “Soy una abuela algo estricta, si hay algo que no soporto yo en la vida es la flojera y a veces se me pone un poco flojo. Por ejemplo, el otro día no quería ir a la escuela porque decía que estaba resfriado y yo le dije que cuando yo estaba resfriada iba igual al trabajo y se me pasaba, así que, que se levantara nomás, y se tuvo que levantar. En las demás cosas lo dejo que sea libre, que sea feliz, igual que con mis hijos, creo que es una buena fórmula”, afirma, al tiempo que Vicente aparece en el living comedor para presenciar la última parte de la conversación.
Los dolores
Pensar positivo es la premisa para ella, siempre. Pero la historia de Leyton también guarda momentos difíciles, de esos en que la vida se torna cuesta arriba y desde donde salir a veces se torna imposible. Sin embargo, ella lo ha logrado. “Las muertes, creo que las muertes han sido lo que más me ha costado enfrentar en esta vida”, dice Elena en un minuto. “Lo que pasa es que de pronto una tiende a hacerse la fuerte, pero no es así, porque el dolor se lleva adentro”.
Hasta ese momento, Elena no había hablado de la situación de los últimos días cuando perdió a su madre, pero en ese minuto se explaya en sus dolores más profundos. Algo parece cambiar en su rostro, no deja de sonreír, pero es otra sonrisa, una nostálgica, melancólica. “He perdido gente muy querida en esta vida. A los 18 años perdí a una hija en un accidente de parto, ella alcanzó a estar viva sólo 14 minutos. Esas son cosas que te van marcando y cuesta superarlo, yo creo que en realidad no se supera, pero una tiene que aprender a vivir con eso. Yo aprendí, me aferro mucho a la fe, creo mucho en Dios, en la fuerza mental. Bueno, antes había perdido a mi padre, y hace unos días murió mi madre, en circunstancias muy trágicas, eso es algo que estoy enfrentando ahora mismo, pero a estas alturas la vida me ha enseñado a sobreponerme, soy una mujer que va a cumplir 60 años. Trato de no demostrar el dolor que siento y en esta ocasión lo hago por mis hijos, más que nada por ellos, porque quiero que cuando yo me vaya ellos también sepan que la vida no se acaba, que hay que levantarse, que hay que trabajar, que la vida sigue y que no hay que dejar de sonreír”, expresa Leyton, mientras sutilmente una lágrima baja por su mejilla.
Afortunada
Así es Elena Leyton, para muchos una mujer dura, pero que en realidad esconde una sensibilidad difícil de encontrar. Ella reconoce que en la vida ha pasado por altos y bajos, pero se considera una persona afortunada, esencialmente afortunada, por su carrera, por su nieto, por sus hijos. “Creo que en la vida me ha faltado cumplir pocos sueños, finalmente logré lo que me he propuesto, pero me faltaba uno y lo que más alegría me da es que fue mi hijo Claudio el que me lo cumplió. Me regaló una casa rodante, algo que quería desde que era niña. Mira, más que por la casa en sí, siento felicidad de que él lo haya hecho, de que haya querido hacer feliz a su madre y de que haya hecho un esfuerzo importante para lograrlo”, indica Leyton mientras deja lo que queda del quinto cigarro, o tal vez el sexto, en el cenicero para tomar un sorbo de café. Está visiblemente emocionada. “Ves que no soy tan dura”, dice, y su rostro risueño vuelve, vuelve porque nunca se ha ido, y Elena espera que nunca se vaya.