Miércoles por la mañana y cuando la mayoría de los niños y adolescentes de la región están en el colegio o el liceo, a un costado del Puente Zorrilla, algunos menores todavía duermen, mientras otros juegan a la pelota entre la tierra y la basura.
Bryan es uno de ellos. Tiene nueve años y llegó hace siete meses desde Santiago al campamento gitano de Las Compañías. Lo encontramos tirando piedras hacia una pequeña quebrada junto a su hermano Jony (10). Ambos en algún minuto fueron parte del sistema escolar, pero por circunstancias familiares tuvieron que desertar.
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Hoy pasan los días en el campamento “haciendo cualquier cosa” durante la mañana, y por la tarde, las emprenden rumbo al centro a pedir “algunas monedas a la gente”, a veces solos, y a veces con su madre, Lucy Carmen.
“Hacemos lo que queremos. Mi mamá nos da permiso, pero siempre nos portamos bien. No hacemos maldades”, dice Bryan, inquieto, intercalando sus palabras entre el español y el romaní. A su lado, más tranquilo y callado, Jony continúa lanzado piedras, mientras se escucha la voz de su madre a lo lejos. Los llama para preguntarles quiénes somos nosotros.
Una urgencia
Lucy Carmen asegura que los niños “viven bien”, y que en algún minuto fueron a la escuela, pero ratifica que la dejaron cuando estaban en la Región Metropolitana y acá no han encontrado cupo en algún colegio, aunque admite, sólo buscaron en uno. La mujer, tampoco está segura qué año deberían cursar los pequeños, ni tampoco a qué grado llegaron, pero en lo concreto, ninguno de los dos sabe ni leer ni escribir.
“Es lamentable pero no podemos hacer nada sino no nos aceptan en los colegios. Los chilenos nos discriminan. Creo que antes había una escuela aquí, pero ahora eso está tomado por otros gitanos, lleno de autos. Entonces, qué va a hacer uno para que aprendan”, dice Lucy Carmen, resignada.
Leslie, de 14 años, también ha asistido a colegios de manera esporádica. Pese a que se trata de una adolescente que ya cumple con labores domésticas en su carpa, tampoco aprendió ni a leer ni a escribir. Ella, asegura que hasta hace poco estaba en un establecimiento junto a otros niños del campamento, pero debido a un problema en la familia dejó de ir por un tiempo, y cuando volvió ya no figuraba en las listas.
“La directora nos dijo, a mí y a otras compañeras gitanas que nos habían borrado, y que ya no podíamos ir más. A mí me gustaba mucho la escuela, porque estaba aprendiendo las letras y a sumar y a restar. Cosas así, que es lo que necesito, porque imagínate que voy a vender algo y no sé sumar, la gente me va a hacer tonta y voy a perder”, cuenta la adolescente.
Ella no recuerda el que haya existido alguna vez una escuela allí, en el mismo campamento, y le produce algo de emoción cuando se lo comentamos. Pregunta de inmediato por qué dejó de funcionar y si podría reabrir sus puertas. “Sería lo mejor que nos pudieran enseñar todo acá, así aprendemos entre gitanos y los demás niños no andan haciendo otras cosas. Estarían todos entretenidos estudiando”, dice Leslie.
¿Qué pasó con la escuelita?
El anhelo es generalizado. La mujer, está consciente de que en la cultura gitana la educación formal no es un requisito para poder “ser alguien”, pero sí les sirve para aprender lo básico y así desenvolverse en el mundo.
“Hay que ser francos. Aquí, los niños gitanos llegan con suerte hasta octavo básico para aprender a leer y algo de matemáticas. Ellos no van a ser ingenieros ni cosas así, pero necesitan saber para poder hacer los negocios. Y las niñas que se dedican a las labores de la casa tampoco pueden ser analfabetas. Yo no sé leer, pero no quiero que mis hijas sean igual”, expresa la gitana, mientras cocina en su carpa con su marido Marcelo.
¿Pero qué pasó con el recinto?, ¿por qué dejó de funcionar? Allí, en el campamento no tienen una respuesta y lo atribuyen a un supuesto abandono de las autoridades para con su pueblo.
“Nunca se preocuparon de mantenerla”, dice otra habitante del lugar, Sandra Nicolich. Ella ya vivía en el campamento cuando la escuelita comenzó a operar en agosto del 2013 y pudo integrar a sus hijos que en ese momento tenían 10 y 12 años. Pero lamentablemente, pese a que la inauguración fue con bombos y platillos, “las autoridades dejaron de lado este proyecto”, cuenta Spiro, otro gitano de 28 años quien hace hincapié en que “no fueron constantes, porque si el colegio hubiese seguido, no habría tanto niño haciendo cualquier cosa por ahí y la escuelita hoy no estaría convertida en un taller mecánico”, sostiene.
Spiro, ve con tristeza el que las salas donde se impartían las clases estén siendo habitadas por un grupo de gitanos que ha montado su negocio en el lugar, “sin pedirle permiso a nadie”.
Fuimos hasta las inmediaciones de lo que queda de la escuelita, y al ser consultados, los residentes no quisieron dar su testimonio ni nos respondieron por qué estaban ahí. Lo que sí nos comentaron otros habitantes del campamento es que esta familia había llegado hace poco tiempo, con su carpa, pero que la perdieron, por lo que ocuparon las instalaciones que tenían como propósito inicial educar a los pequeños.
Reactivar la escuela
¿Cuáles son las posibilidades de reactivar la escuela gitana? Consultamos a las autoridades competentes y desde la Seremía de Desarrollo Social, quienes financiaron el proyecto en el 2013, el seremi Marcelo Telias indicó por escrito que “nuestra tarea como Gobierno es poner a los niños en la primera fila. Por tal razón, es fundamental el trabajo que estamos realizando en conjunto con diferentes sectores para generar una cohesión social en torno a la unidad fundamental que es la familia, este enfoque involucra alertar sobre diferentes situaciones que potencialmente podrían afectar el desarrollo de un niño o niña y articular un apoyo”, precisó.
Específicamente respecto al colegio gitano, remarcó que la iniciativa se pudo llevar adelante hace seis años gracias al Fondo Chile Compromiso de Todos, pero su ejecución llegó a su fin, por lo mismo, la “escuelita”, tuvo que dejar de funcionar. “Sin embargo, estamos trabajando, tal como mencionamos anteriormente, para vincular a las familias con los beneficios sociales y el apoyo que ofrece el Estado”, precisó.
Postura municipal
Desde el municipio, el concejal Félix Velásco tiene una respuesta sobre por qué la escuela dejó de funcionar. “Lo que pasa es que ellos, los mismos niños gitanos en su momento dejaron de ir”, expresó.
Pero atendiendo a la solicitud actual de la gente del campamento, aseguró que se debería retomar la iniciativa y volver a entusiasmar a las personas para que, esta vez, asistan de manera permanente. “Yo creo que esta escuela debería abordar temáticas que pudiesen conjugar la cultura chilena y la cultura de ellos, para que los niños mantengan sus tradiciones culturales, y que no se vulnere su derecho fundamental a la educación”, especificó.
El también integrante del cuerpo colegiado, Robinson Hernández, se manifestó en el mismo sentido.
“Creo que sería loable que el municipio una vez más tomara la demanda de estos niños y niñas de origen gitano para que ellos puedan prepararse en materia formal de educación. Ahora, hay que tener en cuenta que debe haber compromiso y la cultura de ellos es errante, la escuela puede estar instalada, pero de un momento a otro puede pasar que ellos toman su carpa y sus pertenencias y se marchan del lugar”, indicó, dejando claro que la iniciativa debe estudiarse ampliamente y requiere un compromiso tanto de los gitanos como de la autoridad.