En la entrada principal del Hospital San Pablo de Coquimbo se escucha un canto en romané. Las mujeres vestidas con largas faldas y llevando grandes aros colman los asientos en la antesala del edificio, preocupadas. Una que otra lágrima cae, pero se va, para que retorne la esperanza. “Llegan bien tempranito, en grupo, se les ve caminar. Almuerzan acá y de repente vienen a comprarme alguna bebida”, dice una comerciante cercana del lugar, que ha sido testigo del silencioso sufrimiento de esta familia de la Región Metropolitana. Orgullosos gitanos que encontraron la desgracia en estas tierras, hace 15 días.
Una trágica mañana
Fue el 20 de junio, cerca de las 10:30 de la mañana cuando la Ruta 5 Norte, una vez más, se convirtió en el escenario de un trágico acto. Cuatro personas de una comunidad gitana que se dirigían desde Santiago a la zona para visitar a familiares, tuvieron un grave accidente automovilístico.
El viaje había sido tranquilo, hasta que llegaron al kilómetro 365, a la altura de la localidad de Socos (Ovalle). Allí, la vida de estos jóvenes tuvo un giro inesperado. Por causas que todavía se están investigando por la SIAT (Sección de Investigación de Accidentes de Tránsito) de Carabineros, el conductor del vehículo perdió el control y las sonrisas se convirtieron en llanto.
El automóvil volcó y las consecuencias fueron irreversibles, al menos para el chofer. Un joven gitano de 19 años quien perdió la vida en el lugar.
Los otros tres ocupantes, todos menores de edad, quedaron con lesiones de gravedad. Dos de ellos, fueron trasladados hasta el hospital San Pablo de Coquimbo, y la cuarta integrante del grupo, una adolescente de 14 años, fue derivada al recinto asistencial de Ovalle. El viaje terminó de golpe, y en el caso del conductor, para siempre.
“Al principio todo era confuso, pero ya al pasar las horas tuvimos más claridad, y al menos supimos que mi niña estaba viva”, Ana Micolich, abuela de la menor.
Suertes dispares
La fortuna no fue la misma para todos. La peor parte la sacó quien iba al volante, mientras la joven que se quedó en el hospital limarino fue dada de alta rápidamente. Los que llegaron al recinto porteño, un menor de 17 años y otra joven también 14 (al igual que la de Ovalle) lo hicieron en estado grave, sin embargo el hombre pudo recuperarse y ya regresó a su tierra natal. Es ella, Catalina Micolich, la más afectada dentro de los que quedaron con vida, todavía postrada con daños neurológicos severos que no se sabe si algún día podrán sanar.
La esperanza
Ana tiene una botella de Coca-Cola en una mano, y en la otra un cigarrillo. Está sentada en uno de los bancos del patio del Hospital San Pablo, y a su alrededor cerca de una decena de familiares parecen consolarla sólo a ella.
Es la abuela de Catalina, y cuando llegamos, la única voz autorizada para hablarnos. Aquello lo dejan claro los demás integrantes del clan. “No te podemos contar nada si ella no quiere, la abuela y la madre (quien en ese momento se encontraba al interior del recinto con la menor) son las únicas indicadas porque son las que más están sufriendo”, dice en tono amable otra gitana que se encontraba en el lugar.
Al principio Ana se muestra reticente, pero finalmente accede a contarnos el drama que han vivido, como familia. “Estamos encomendados a Dios, yo sé que él hará que mi nieta salga adelante”, dice la mujer, con los ojos vidriosos, pero con voz firme, convencida.
No está en sus planes perder la esperanza. Llevan aquí 15 días y la señora Ana asegura que no se irán hasta que se puedan llevarse a Catalina, pese a que el costo económico ha sido alto. Han tenido que arrendar cabañas para alojar, lo que se suma a los gastos de alimentación y locomoción en una ciudad que es desconocida para ellos. “Es difícil para nosotros, porque somos gente de esfuerzos, somos del pueblo gitano esforzado, del que trabaja dignamente para comer, para vivir, y en este momento todo lo que se está generando allá en el sur, lo estamos gastando acá, por nuestra Catalina”, relata la abuela de la adolescente.
No sabemos lo que va a pasar y eso genera mucho dolor. Pero nos aferramos al señor, a que ponga sus manos sobre Catalina”. Marisol, amiga de la familia.
Una noticia inesperada
Le duele recordar el momento exacto en que supo lo que había ocurrido. Ana estaba en su casa cuando recibió el llamado que le dio la peor noticia de su vida. Su nieta había tenido un accidente y no se sabía con claridad las condiciones en las que se encontraba. Incluso, en algún minuto se le pasó por la cabeza que había fallecido, debido a que las primeras informaciones decían que existía una víctima fatal, pero no había claridad respecto a su identidad. “Al principio todo era confuso, pero ya al pasar las horas tuvimos más claridad, y al menos supimos que mi niña estaba viva. Cuando llegamos, estaba en riesgo vital, pero nosotros nunca perdimos la fe”, sostiene Ana Micolich.
15 días lleva la familia esperando y no tienen planes de irse sin la menor que se encuentra en el hospital.
Vidas truncadas
Marisol, otras de las gitanas que se encuentra acompañando a la familia, también rompió el silencio. Es amiga de Ana y conoce tanto a Catalina como a los demás ocupantes del automóvil siniestrado desde siempre, por lo que ha sentido este dolor en lo más profundo, ya que sabe que no sólo la vida de la adolescente que hoy permanece grave se ha visto truncada, sino que, por cierto, la del joven que perdió la vida. “Él era un joven muy trabajador. Tenía su casa en Santiago, y se ganaba la vida en el comercio. Además, tenía planes de matrimonio, porque estaba juntando dinero para casarse precisamente con la otra joven que venía con ellos, la que dieron de alta en Ovalle. Lamentablemente ese amor no se pudo consumar en matrimonio”, expresa la gitana.
El estado de Catalina también la conmueve. De ser una niña llena de vida, “pasó a no poder moverse ni tampoco comunicarse”, debido a un daño neurológico severo, que no saben si podrá ser revertido. “La espera ha sido muy larga y triste, sobre todo por la incertidumbre que existe. No sabemos lo que va a pasar y eso genera mucho dolor. Pero nos aferramos al señor, a que ponga sus manos sobre Catalina y haga un milagro, porque los doctores pueden hacer sus diagnósticos, pero Dios está por encima de todo y de todos”, puntualiza, junta a la familia de la joven, quienes durante este jueves precisamente estaban a la espera de nuevos exámenes donde tendrían novedades sobre su futuro. Por lo pronto, no hay fecha de retiro, mucho menos sin ella.
¿Sin licencia de conducir?
Las primeras informaciones tras el accidente del 20 de junio señalaban que el joven de 19 años fallecido, quien era el conductor del automóvil que tuvo el accidente, no tenía licencia de conducir. Aquella sigue siendo la versión oficial, sin embargo, los gitanos con los que tuvimos la oportunidad de conversar señalaron que esto no sería real y que sí mantenía sus documentos en regla.
Evidentemente, en su calidad de fallecido, no pueden haber causas penales en su contra, ni tampoco ninguna de las otras familias de los ocupantes del vehículo le han achacado la responsabilidad a él por lo que pasó.