• En la casa donde se trasladó a vivir la familia hay un altar en homenaje a Epril. Todos los días rezan para que su alma "esté descansando".
  • Epril tenía tan sólo 3 años cuando su vida se apagó. Una niña inocente víctima de un ataque imperdonable a una familia.
Crédito fotografía: 
Lautaro Carmona
El 15 de junio del 2020 la vida de Aracelly (26) y Matías (25), joven pareja de Las Compañías cambió para siempre. Iban en su vehículo rumbo al terminal de buses cuando desde otro automóvil un sujeto sacó un arma de fuego y disparó, impactando directamente en el corazón de Epril Paskal Leyton, la menor de sus tres hijos, apagando la llama de una vida que recién comenzaba. El caso todavía está en proceso de investigación y dos sujetos se encuentran en prisión preventiva.

En la casa de Aracelly Jorquera (26) y su pareja Matías (25), la pena desborda pese, al tiempo. Un pequeño árbol de Navidad armado en una esquina del living, casi como por costumbre es el único indicio de que hace poco hubo una “celebración”, si se le puede llamar así. El Año Nuevo, no sería demasiado diferente. Se acostarían temprano porque para ellos, no existe motivo alguno para el festejo.

Sus vidas cambiaron para siempre la noche del 15 de junio del 2020, cuando la menor de sus hijos, Epril Paskal Leyton de tres años, recibió un disparo que le causó la muerte. Un corazón inocente dejó de latir, terminando una historia que acababa de comenzar. Sólo fueron tres años en este mundo, pero con un millón de sonrisas, tantas que ni siquiera en su familia pueden recordar la última. Su rostro angelical, no tenía cabida para los berrinches o los ceños fruncidos que suelen hacer los niños de su edad. En Epril, todo parecía ser alegría y no existía nada que pudiera quitársela, salvo un día fatal que la encontró en el lugar menos indicado, en el peor momento. 

Un día fatal

Ya no viven en Las Compañías, donde ocurrió el más triste episodio que les haya tocado experimentar. La familia de Epril se trasladó a otro lugar, que pidieron no se revelara “por seguridad”. Claro, el curso que ha tomado la investigación -que todavía no culmina-, ha hecho que se sientan amenazados y no quieren exponer por nada del mundo a sus otros dos hijos de 5 y 9 años cada uno. “A mí qué más me pueden hacer, no me importa, pero pensar que alguien le puede hacer daño a mis niños… Eso era motivo suficiente para salir de ahí”, expresa Aracelly, mientras se sienta en el sillón, luego de despedirse de su pareja Matías, padre de Epril, quien iba rumbo a uno de los trabajos esporádicos que se mantiene realizando. El anterior, que le daba estabilidad económica para mantener a los suyos, lo perdió tras lo ocurrido.

Al traer el fatídico día a su memoria, la madre recuerda que fue extraño desde un comienzo, marcado por las sensaciones y presentimientos que, dice, en ese momento no supo leer. Matías debía volver al trabajo luego de varios días de descanso y desde temprano comenzó a prepararse para estar fuera por dos semanas. Aracelly no estaba convencida de ir a dejarlo al terminal de buses, ya que en otras oportunidades se iba en colectivo para no tener que sacar a los niños durante la noche, pero finalmente decidió acompañarlo, llena de dudas. “Algo me decía que no teníamos que ir, pero como igual ellos (los pequeños) querían estar con el papá, fuimos”, cuenta la madre.

Salieron de la casa temprano, a eso de las 20:00. Matías tenía pasaje para la medianoche, pero el Toque de Queda no les permitía circular a esa hora. En el automóvil iba la pareja, los tres pequeños y el cuñado de Aracelly y una amiga de ella. Antes de bajar rumbo al centro de la ciudad, pasaron por la casa de la madre de Matías, que quería despedirse. Allí, la pequeña Epril le pidió una banana, y su abuela le dio una mitad, sin embargo, la niña no la aceptó, quería la fruta entera. “Insistió e insistió que quería entera su banana, ella no solía tener esas actitudes, por eso fue extraño. Y cuando se la dieron entera se la comió con tantas ganas. Tengo esa imagen grabada en la mente, era como si supiera que era la última vez que iba a comer su fruta favorita”, dice Aracelly, quien interrumpe su relato por unos segundos. Toma aire, toma fuerza y continúa.

“El maldito destino”

Como si supiera del peligro, Epril no quería ir en el asiento trasero. Se aferraba al lugar del copiloto, abrazando a su madre, pero Aracelly se resistía e incluso generó una leve discusión entre ella y Matías. “Me daba miedo, porque a esa hora andaba tanto auto imprudente y él (Matías) me decía ‘Aracelly, llévala adelante, qué te cuesta’, y yo le decía que no, porque me arriesgo a que cualquier persona me pase a llevar y la niña salga eyectada. No quiero correr ese riesgo. Así que le dije Epril, por favor deja de llorar y siéntate en tu lugar”, relata la joven. En ese momento, la pequeña continuaba diciendo que no quería estar en ese lugar.

La emboscada

Ya iban en dirección el terminal, cuando vieron a los sujetos que destruirían a la familia y le quitarían a Epril una historia que apenas empezaba a escribirse, la de su vida. Al llegar a la intersección de las calles Aconcagua con Carlos Cruzat divisaron el automóvil de los individuos a una velocidad demasiado alta, y de inmediato se asustaron, por lo que orillaron su vehículo, sin detenerse para dejarlos pasar.

Al contrario de la información que se había entregado hasta este minuto por la policía, Aracelly afirma que, en ningún momento, al menos ella, tuvo miedo de que los hombres les fuesen a hacer algo, ya que niega que hubiesen existido rencillas anteriores con Matías, como en un momento se especuló. De hecho, ella los conocía y era muy amiga de uno. Sin embargo, pasó lo que menos esperaban, y la muerte llegó de golpe de la manera más injusta para plantarse y recordarle al mundo lo efímero de la vida.

Cuando ambos automóviles estuvieron al lado en una línea paralela, el vidrio de uno de los hoy imputados por homicidio, bajó, sacó un revólver y simplemente disparó, para luego seguir su carrera, como si nada. No pasaron más de 10 segundos, pero Aracelly y su familia hoy recuerdan como si ese lapso hubiese transcurrido en la eternidad. “El Matías, en el momento en que entró el proyectil pegó la frenada, y yo miro para atrás y les pregunto si están todos bien, yo no me percaté de que el tiro había alcanzado a mi niña, hasta que miré otra vez y veo cómo se desvanece, y mi amiga, que también iba con nosotros me gritaba, ‘¡la niña, la niña!’, y ahí yo tratando de sacarla. Me la puse en el pecho y la sentía como que roncaba. Cuando le miré, vi que tenía todo su pechito manchado con sangre”, recuerda Aracelly, llena de impotencia y dolor.

En la desesperación de tratar de llegar al hospital, chocaron con una baranda, por lo que tuvieron que pedir ayuda a un grupo de jóvenes que se encontraba cerca, quienes los llevaron hasta el Cesfam Juan Pablo Segundo, de Las Compañías. En ese intertanto, recuerda la joven madre, los tipos volvieron a cruzárseles en el camino. “Venían de vuelta, disparando al aire. En ese momento pensé que me iban a matar a todos mis hijos y le dije al niño que me llevaba que corriera por favor, que me dejara en el Cesfam para que volviera a buscar a mis niños. Estaba desesperada”.

Dando la lucha hasta el final

Incluso en el centro médico, los sujetos seguían merodeando, por lo que Aracelly dio aviso a Carabineros, quienes los siguieron, pero no pudieron darles alcance. “Salieron detrás de ellos, pero de la nada los perdieron. Me parece raro porque perder un vehículo pequeño que en ese momento tenía hartas personas adentro… para un vehículo de Carabineros, no debería ser tan difícil atraparlos”, asegura.

Pero en ese momento lo más importante era su hija, que todavía luchaba por su vida. Fue alrededor de media hora la que Epril resistió, y se negaba a partir, hasta que su corazón dejó de latir, y no hubo nada más que hacer. “Fue como algo de película. Había una cantidad de enfermeras enorme, y muchas ambulancias que llegaron. Yo preguntaba y me decían ‘espere, espere, espere’, y con eso como que me tranquilizaban, pero no me decían nada, hasta que siento al Matías que estaba adentro que empezó a golpear las cosas, a gritar, y yo dije no, no me puede estar pasando esto. Fui a ver, les dije a las enfermeras que me dijeran qué pasaba. Ellas me hicieron un gesto, y sólo me enteré que había muerto cuando llegué a su lado, la veo en la camilla, pálida. Comencé a gritar. Quién puede pensar que a una niñita de tres años le pueden hacer algo así. Nadie me va a devolver a mi hija, aunque a ellos los metan presos, a mi niña nadie me la va a devolver”, expresa, y de nuevo irrumpe el silencio. Su respiración asoma con rabia. A un costado, el pequeño altar en homenaje a su hija menor, “la princesa”, se vuelve más visible que nunca.

Investigación continúa

A la fecha, existen dos individuos en prisión preventiva por su presunta participación en los hechos. Ninguno confiesa su autoría, y según Aracelly, “se están echando la culpa entre ellos”.

Todavía no se explica qué los llevó a actuar de esa manera, sobre todo al conductor del vehículo, a quién conocía desde niño e incluso se frecuentaban en sus casas. Respecto al otro individuo, quien, presuntamente, habría disparado, la joven de 26 años reconoce que tuvo un problema previo, pero nada que pudiese justificar tamaño acto de crueldad.

Asegura que lo ubicaba, porque semanas antes había entrado a su casa a robar, llevándose una gran cantidad de especies. Los vecinos lo vieron, y le contaron a Aracelly de quién se trataba, por lo que días después, cuando lo encontró por casualidad en la calle lo increpó, y ante la respuesta agresiva del sujeto, quien se negaba a entregarle las cosas que le sustrajo del domiclio, debió sacar un palo y defenderse, alcanzando a darle algunos golpes. “Para nosotros fue muy doloroso ese robo, porque las cosas que tenemos nos han costado, entonces que viniera un sujeto y nos sacara todo, fue algo muy fuerte”, relata, pero no comprende cómo, si se trataba de una venganza, el sujeto no se descargó sólo con ella, sin dañar lo más preciado que tenía, desquitándose con una niña inocente. 

De todas formas, Aracelly cree que el disparo fue “a sangre fría” e iba dirigido “hacia cualquiera que fuera en el vehículo. No racionalizaron nada, sabían que iban niños adentro, así que ahora no pueden decir que no sabían a quién le iban a disparar, no se pueden excusar en eso. Uno de ellos me conocía y sabía que yo en todo momento andaba con mis niños. Sabían que, con mi hijo mayor de 9 años, que tiene epilepsia he tenido que salir a las 2 o 3 de la mañana al hospital por alguna emergencia. No pueden decir que no sabían que iban niños”, expresa.

Esperando justicia

Desde luego que le gustaría que el caso ya estuviese cerrado y que existieran condenados, que paguen por lo que hicieron, pero entiende que estos procesos a veces demoran. De todas formas, reflexiona, y se derrumba al pensar que pase lo que pase, Epril no volverá. “Nadie me la va a devolver”, dice.

El dolor no sólo lo viven ellos, como adultos. También lo viven sus hermanos, tanto el de 9 como el de cinco años. Para éste último, ha sido particularmente traumático, y tiene la esperanza de que la pequeña “baje algún día desde el cielo”. Aracelly cuenta que el día fatal, el pequeño se responsabilizaba por no haber podido salvarla. “Me decía, ‘no pude agarrarla mamá, perdóname, no pude’, y yo lo tranquilicé. Le dije que él no tenía por qué pedir perdón (…) Después, cuando la velamos él no la quiso mirar. Y ahora, para la navidad, él pidió como regalo una sola cosa: que el papito Dios le diera permiso a su hermanita para que viniera a pasar la Navidad con nosotros”, relata esta joven madre de Las Compañías, quien, junto a su familia, vivió y todavía vive, el peor de los dolores, y que sólo espera justicia. Aunque Epril ya no vuelva, tiene fe en que su alma siempre estará presente y los cuidará desde el cielo, donde los ángeles viven eternamente. 

 

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