El virus está mostrando su peor cara en el puerto. Ayer se registraron 55 nuevos casos a nivel regional y 21 de ellos corresponden a Coquimbo. Es para no creerlo, en los últimos cuatro días la comuna ha sumado 116 confirmados por Covid-19, más de la mitad del total (184) que contabiliza desde la aparición del primer paciente positivo hace dos meses y medio. La situación es preocupante.
Visiones contrapuestas
Nadie desconoce el problema, ni la agudización de la crisis sanitaria, pero los diagnósticos y las recetas son diferentes. Mientras por una parte, desde el Gobierno insisten en que todavía no es el momento de adoptar una medida como la cuarentena total obligatoria, al menos para la conurbación, ya que, según el Seremi de Salud Alejandro García el aumento de los casos se debe “a un fenómeno de laboratorio” por la alta entrega de exámenes pendientes en las últimas horas, por otro lado, autoridades municipales como el alcalde de Coquimbo Marcelo Pereira aseguran que es la única salida para evitar que la pandemia continúe “propagándose sin control”, sobre todo, porque la gente “no toma conciencia”.
Internados en el puerto
Resulta inevitable no impresionarse. Cerca del mediodía y pese a “lo alarmante” de las cifras, en el centro de Coquimbo parecen no darse por aludidos. Gente paseando o comprando, colman las principales arterias como si la mascarilla fuese garantía absoluta de que el coronavirus no los va atrapar, craso error.
En relación a una cuarentena, las opiniones están divididas, los pequeños y medianos empresarios saben que no les conviene, ya que han perdido mucho desde el estallido social, sin embargo, hay quienes la piden con fervor. Pero si se decretara, ¿estamos en condiciones de asegurar la subsistencia de las familias más vulnerables? Para encontrar esa respuesta fuimos precisamente donde ellos, los que han estado mal desde mucho antes, y con el Covid simplemente han visto incrementadas sus carencias.
En la toma
Cuando llegamos a la toma de Avenida Los Changos, la necesidad se percibe, se ve, se siente y se resiente. Nos estacionamos en medio del camino entre construcciones prefabricadas, perros sin dueño y rucos sin terminar. Desde uno de ellos sale Marcelo Pizarro, un coquimbano sumido en el alcoholismo, que le teme tanto al Covid como a su realidad. Sabe que contra el primero poco puede hacer, pero pide ayuda para protegerse del frío y de las probables lluvias.
“Lo que yo necesito es un pedazo de nylon que me den, para poder arreglar mi ruco. Tengo las calaminas llenas de hoyos, y si no lo arreglo antes del invierno me voy a mojar entero”, dice, con una botella de licor en la mano.
Poco sabe de las implicancias de la cuarentena, y asegura que, de darse ese escenario, su vida no cambiaría demasiado. “Con cuarentena o sin cuarentena, yo no tengo otra opción para vivir que andar moviéndome en la calle, rebuscándomelas, porque si no, no tengo para comer. Yo lo único que quiero es que se termine esto, porque veo la necesidad de la gente acá, que no puede salir a trabajar o que se ha quedado sin pega, y la ayuda no les llega”, relata el hombre de 47 años.
Apelando a "la buena voluntad"
Avanzando por el lugar llegamos al sector de los inmigrantes. La mayoría provenientes de Colombia vino a Chile en busca de un mejor pasar, pero terminaron viviendo en un campamento ilegal. En algunos casos, estaban logrando salir adelante, pero la crisis sanitaria cambió todo de golpe. “Con mi marido, los dos estábamos trabajando, pero cuando pasó esto lamentablemente nos echaron a los dos, casi al mismo tiempo”, cuenta Carmen Elena, quien llegó desde el país cafetero en julio del 2018.
Asegura estar “guerreándola” para poder subsistir, sin dinero, y apelando a la buena voluntad de la gente que la conoce. “Tenemos amigos chilenos que nos ayudan con la comida en estos momentos difíciles, y hace unos días vino un grupo de gente que nos dio una cajita con mercadería. No era tanto, pero se agradece. Ahora, si me preguntas qué vamos a hacer la próxima semana, o el próximo mes, yo no lo sé. Esto no termina, parece que está recién empezando, y si no acaba no vamos a poder volver a trabajar”, relata la mujer, evidentemente preocupada.
"Viviendo de los niños"
Deri Banderas llegó desde Cali hace 12 años. Su vida en el país ha sido de éxitos y fracasos, pero sin duda este es el peor momento. Tras laborar en una peluquería durante años, no ha podido continuar y se encuentra sin empleo, teniendo que hacerse cargo ella sola de sus cuatro hijas, con quienes vive en una casa de material ligero de dos piezas, la que comparte además con un primo y una sobrina.
“Intentamos ayudarnos entre todos. A mi primo le salen sus trabajos de vez en cuando, pero no nos alcanza. Aquí lo que ha sido nuestra salvación hasta el momento es lo que le entregan a las niñas en el colegio, eso lo repartimos y tenemos que hacer que dure lo que más se pueda”, dice la madre, quien espera ser beneficiada prontamente también por las canastas familiares que entregará el gobierno en la región.
Las niñas más pequeñas, de 7 y 9 años juegan alrededor. Sonríen, y se acompañan entre ellas, pero afirman que desean volver a clases, a ver a sus amigas. En el fondo, anhelan la normalidad sin saber qué tan lejos se encuentra. Hasta ahora, su madre las deja salir a los alrededores, pero Deri admite sentir miedo frente al Covid-19, y tras los últimos informes entregados decidió que a partir de ahora saldrán lo menos posible.
“Prefiero que se me aburran, que me lloren, que me reclamen a que lleguen a pescar este virus, porque además, si aquí se enferma una, ninguno en nuestra casa se va a salvar”, indica, convencida. De la cuarentena dice no tener mucho que opinar. “Que se haga lo que sea por detener esta enfermedad, eso sí, que nos ayuden y no nos dejen morir de hambre, es lo único que te podría decir sobre eso”, afirma.
Sandra y la vida
A Sandra Villar de 53 años, la conocimos por casualidad en la Playa Changa, un 5 de mayo, cuando Coquimbo celebraba su aniversario. Para ella no había fiesta, estaba trabajando en lo que ha hecho toda su vida: la recolección y venta de algas. En ese momento reconocía que la labor no “dejaba mucho”, pese a estar a orillas del mar prácticamente 12 horas diarias, sin embargo, todavía le alcanzaba para vivir.
En la actualidad, esa realidad ha cambiado drásticamente, y si en ese tiempo subsistía con serias limitaciones, hoy en día simplemente -muchas veces- debe pasar hambre. “Por alguna razón en la playa hace rato que no sale lama, yo he estado trabajando duro, pero no hay caso. Me he tenido que mover con el pescado que me sale de vez en cuando, y para comer nosotros, no para la venta”, cuenta la coquimbana.
Pero no está sola. La acompañan sus dos hijos, quienes también le están haciendo frente a la pandemia y a la adversidad. El mayor, Luis Cortés, hasta antes del coronavirus trabajaba en la Minería, pero ahora está cesante, algo que le complica en demasía ya que debe mantener a su hijo de 10 años que además tiene una enfermedad crónica respiratoria. Por lo mismo, está viviendo con su madre en el terreno que les prestó un sindicato pesquero, durmiendo en un automóvil abandonado en el patio del lugar.
“Como tengo que andar afuera y me expongo, no puedo ver a mi hijo, porque si se llega a enfermar del virus, para él es muy complicado. Pero lo voy a ver todos los días, donde está con mi señora y mi suegra”, relata Luis, quien se emociona. Claro, le duele tener que saludarlo desde lejos, no poder abrazarlo, y sobre todo no saber si le va a dar el bolsillo para que no le falta al menos lo más básico, ya que por estos días, no gana más de 4 mil pesos diarios con lo que recolecta en el mar y puede vender, y a la baja.
Por otro lado está Álvaro, el menor de los hijos. Se encontraba cursando primero medio pero desde que se suspendieron las clases debido al Covid se dedica 100% a ayudar a su madre, en lo que pueda para subsistir. Sin embargo el joven guarda una gran preocupación, ya que, pese a que en su liceo se están impartiendo clases online, él no puede participar porque no tiene ni computador ni conexión a internet, algo que fue a plantear al establecimiento, pero no le dieron ninguna solución. “Fui con mi mamá y la respuesta que nos dieron fue que ese era problema de nosotros, no de ellos, así que no sé si voy a quedar repitiendo, nada, lo que igual me tiene intranquilo porque para mí los estudios son importantes. Quiero llegar a la universidad, si se puede”, expresa Álvaro, optimista en sus palabras, pero con un tono resignación.
El hambre
La señora Sandra se desahoga y llora cuando admite que han existido días en los que “hay que apretarse la guatita y aguantar nomás, porque no hay que comer”. Asegura que sólo han recibido ayuda de un particular -Gustavo Heise quien lleva a cabo la campaña Cadena de Favores-, pero “de las autoridades, nada”.
Tanto ella como sus hijos quieren que todo vuelva a la normalidad, “para poder buscar trabajo, para volver a clases, y para poder vender productos del mar”, pero con los últimos balances que han arrojados lamentables cifras de contagios en Coquimbo ven cada vez más lejana esa posibilidad, e incluso, asumen que en algún minuto se decretará una cuarentena total y no podrán generar ningún tipo de recurso, algo que temen, pero Sandra es categórica al afirmar que, “si es lo mejor para detener esta enfermedad de mierda, que lo hagan”.
Por lo pronto, lo único que pueden hacer, al igual que otros tantos millones de chilenos que viven sumidos en la pobreza es esperar, es intentar sobrevivir día a día, protegiéndose de contraer el virus. Sin embargo, cuando todo esto pase la mujer tiene más expectativas, no sólo respecto de ella y su familia, sino que de la humanidad. “Tal vez los seres humanos necesitábamos este remezón, para aprender a ser mejores. La gente está muy fría, muy pegada a lo material y ojalá que esto nos sirva para entender lo frágil que somos todos, lo frágil que es la vida”, finaliza la mujer, reflexionando con esa sabiduría que no se aprende, sino que se adquiere caída tras caída, cuando logras ponerte de pie.