Patricio Aylwin fallecido a los 97 años de edad y Renán Fuentealba vivo y vigente a los 99 años recién cumplidos. Juntos. ¡Una imagen cívica inolvidable! 
Muchas veces en la vida partidaria frente a frente y hoy en el retiro político lado a lado. Un gigante dormido y  el otro aún tonante. Dos colosos de la política chilena que marcaron a fuego el devenir parlamentario de los últimos 60 años en Chile. Dos robles centenarios casi, que destacan su altura por sobre el común de los políticos.
¡Que enseñanza para la actual clase política y que ejemplo para las venideras! 
Los camaradas de siempre, los adversarios de muchas lides pero amigos de toda la vida. La escena de Renán Fuentealba despidiendo terrenalmente a su amigo Patricio a las puertas del Cementerio General de Santiago es, a mi juicio, una de las más nobles lecciones en el campo de la política nacional.
La exclamación de Fuentealba de “Alegría, alegría” porque su amigo Aylwin, cumplida su tarea terrena, ingresaba a los jardines del Edén  para recibir su cristiana recompensa, resonó como una afirmación de fe en que  los hombres están en la tierra para hacer el bien porque es un mero tránsito a la inmortalidad. Don Renán lo reafirma en su discurso al imaginar a don Patricio “no muerto sino resucitado en la verdad de Dios”.
Igualmente solemne y conmovedora resultó la tranquila expresión del exintendente en su frase final, diciéndole a su amigo Patricio “Hasta pronto”, en el que, probablemente, será su último discurso político. Dice la letra sagrada que el grano de la semilla debe germinar y morir para dar frutos, si no muere es infecundo.
Existen los grandes hombres y hay muchos, pero los que llegan a ser maestros son escasos porque deben tener la capacidad de enseñar, inculcar en los educandos el ansia de emulación y marcar derroteros para conseguirlo.
Aylwin y Fuentealba son dos grandes maestros. Aprendamos de ellos.
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